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CLG en Europa: Mont Saint Michel y la fascinación del cielo en la tierra


 

Emerge imponente, majestuoso. Parece surgir de las entrañas mismas de la mística Normandía Francesa. Mágico, magnífico y solo; allí, en el límite entre la tierra y el Canal de la Mancha, el Mont Saint Michel (Monte San Miguel) es uno con la abadía y demás construcciones medievales. Es la simbiosis perfecta de naturaleza y humanidad, el monte es el cuerpo, la abadía el espíritu. Dos en uno que parecen salir de la tierra y elevarse hacia el cielo.

Los orígenes de esta perfección se remontan al año 708, cuando Aubert, obispo de Avranches, hizo construir un templo en honor del arcángel San Miguel quien, según las narraciones, se apareció en ese lugar. A partir de allí, el monte se convirtió rápidamente en un lugar de peregrinación de reyes, caballeros, nobles y en el siglo X se asentaron los monjes benedictinos, quienes le dieron la impronta monástica, mística, que tiene hasta nuestros días.

Sin dudas se trata no solo de un lugar en donde se respira espiritualidad, sino de una obra maestra de la arquitectura. ¿Cómo pudieron los antiguos arquitectos y albañiles construir semejante mole, soportada por columnas voluminosas en ese islote y a esas alturas? Solo la fe, la perseverancia, el esfuerzo y una inquebrantable voluntad de llegar a la meta, más una buena dosis de inteligencia, pudo lograr el cometido. En la cúspide de la construcción hay una rueda de madera gigante, es, nada más ni nada menos, que un engranaje majestuoso con un cabo que se usaba para accionar el “ascensor”, por donde se subían las piedras, los materiales de construcción y los hombres.

El lector puede observar la gran rueda en las imágenes siguientes:

  

La rueda gigante que servía como engranaje para el ascensor. Adentro los hombres caminaban haciéndola girar

El bello como imponente edificio tiene, además de la iglesia abacial, otras iglesias, salas, salones, recovecos, estancias que servían para hospedar a los nobles, invitados, que llegaban al lugar

 

Zona de los antiguos claustros de los monjes

Los claustros, es decir los lugares donde se recluían los monjes para descansar y orar, así como los comedores, son obras maestras de la construcción arquitectónica.

Miles de peregrinos llegan a este lugar cada semana y es uno de los lugares de Europa más visitados. No solo se interesan por el monte, la abadía y demás construcciones que ayer albergaban a pocos pobladores mediavales y hoy sirven a los comercios que venden recuerdos y souvenirs del lugar, sino por un fenómeno atrapante: en este lugar las mareas del canal son tan intensas que por algunos momentos del día el monte se convierte en una isla a la que no se puede acceder.

Puerta de entrada a la fortificación y calle interior

Alrededor del monte hay unas arenas movedizas en las que se adentran los peregrinos descalzos, pues se dice que tienen propiedades curativas. Sin embargo, y por razón de las mareas, se sugiere que las caminatas por los extensos arenales se realice con la compañía de un guía.

El Mont Saint Michel está a unos 50 kilómetros de la ciudad de Rennes, a este lugar se llega por auto o por bus. Desde la parada del autobús, el turista o peregrino tiene opciones para ir hacia allí: una especie de ómnibus gratuito llamado lanzadera; unos carros tirados por caballos bretones (de pago), o simplemente caminando, que para quien desee disfrutar del paisaje es lo más recomendable. Son 2.700 metros, aproximadamente, de caminata, en donde se disfruta de una vista excepcional.

 

El paso de turistas y peregrinos por la bella construcción es incesante

Si hay “suerte” (o mejor circunstancia causal impulsada por la providencia), como la que tuvo Con La Gente, y se llega a una de las misas que se dan en la abadía, el momento emociona y hay reminiscencias de aquellos cantos gregorianos que cantaban los sesenta monjes que habitaban el lugar allá por los siglos X u XI.