CLG en España (Enviado Carlos Duclos)
Estoy por cruzar la calle Corredera, en Jerez de la Frontera, España, exactamente el domingo a las 20.30 hora local; es decir las 15,30 hora argentina. Un motociclista me ve en el borde de la vereda, justo frente a la senda peatonal, y se detiene para darme paso. Hago unos metros, me dispongo a cruzar otra calle y un señor detiene su auto y me hace señas amablemente para que cruce. Así es en toda España, en toda Europa. Adelante mío va un joven, camina unos 50 metros con algo en sus manos y apenas ve un recipiente de residuos arroja un papel. Miro en el suelo, a mi alrededor, y no veo un papel en la vereda y menos aún en la calle. Todo es limpieza y orden.
Todo esto no es nuevo para mí que conozco la cultura europea, pero he querido escribir esta columna habida cuenta de la penosa situación argentina y sus causas.
He debido tomar metro, bus, taxis y trenes. Y hablando de transporte público, vuelvo a recordar que aquí hay trenes de cercanías y de lejanías, buses en los que viajar es un placer y taxímetros de alta gama que nada tienen que ver con los viejitos y destartalados Corsa que aún circulan por las calles de mi Argentina. El bus urbano dan ganas de tomarlo nomás que para disfrutar del aire acondicionado en el verano español.
El tren que va de Madrid a Jerez de la Frontera, ha tardado unas tres horas en cubrir el trayecto que tiene una extensión de más de 600 kilómetros. El convoy de Renfe viaja en algunos tramos a más de 250 kilómetros por hora. Los asientos no están rotos, los vagones no están escritos y lo cierto es que el tren es un lujo. En Argentina tampoco los asientos están rotos, simplemente porque en Argentina la red ferroviaria fue destruida, extinguida por los perversos.
Respeto y orden
En el metro el estado de las formaciones es exactamente el mismo y hay metros en casi todas las ciudades importantes (En Argentina solo tienen metro los porteños. En buena hora, pero… ¿y los demás?). Si sube una señora de edad y no hay asiento un caballero se levanta y se lo cede. Ya sé, alguien dirá: “¡Qué antigüedad!” Yo prefiero exclamar “¡Qué respeto y cortesía!” Ese respeto que permite vivir en el orden y que forma parte de una cultura que en mi desolada Patria está muchas veces ausente y que le ha permitido a Europa traspasar las adversidades.
Es cierto, no todo está de maravillas aquí, hay problemas, pero no son los nuestros.
¿Y con la inflación cómo andamos?
Por este lado del océano no hay inflación o es escasa, y voy a graficar con algunos precios y compararlos con los de hace tres años cuando estuve en este mismo país: Una porción de croquetas caseras de jamón, 7,80 euros; Una porción de chorizos al madroño (picantes y exquisitos, con salsa con un toque de alcohol, 9,10 euros; dos copas de cerveza (cañas, como le llaman aquí) 6,60 euros; un cortado, 1,60 euros; un café con leche, 1,70 euros y un croissant tostado (media luna) con guarnición, 1,60 euros. Todo esto servido en bares y restaurantes, conste. El asunto es que hace tres años los precios eran los mismos aquí.
Claro, al lector le parecerá que son precios de locura, pero tenga en cuenta que el sueldo mínimo en España, el básico, el que percibe un empleado de la categoría más baja es de 900 euros. Unos 55 o 60 mil pesos argentinos. Desde luego, aquí hay quejas y los salarios no conforman; Europa atraviesa también inconvenientes económicos (nada que ver con el descalabro argentino) que se suman a otros, por ejemplo los migrantes que vienen de Asia y de África.
El problema de los migrantes
Esta inmigración bien puede decirse que es el efecto de la pobreza que instalaron en el mundo los personajes ricos y poderosos europeos, que nada tienen que ver con la gente común del Viejo Mundo. Los imperios europeos, así como el Tío Sam, invadieron con sus políticas económicas (cuando no con sus armas) países asiáticos, africanos, latinoamericanos, los hambrearon, los empobrecieron y ahora empiezan a pagar las consecuencias. Los migrantes musulmanes, los africanos y otros hombres y mujeres que a toda costa quieren llegar a Europa, así como Latinoamericanos que hacen lo imposible para entrar a suelo norteamericano, no son otra cosa que seres humanos desesperados que atraviesan tierras y mares en busca de un sorbo de agua, un pan y una oportunidad.
Por estos días, en España, y en muchos países, no se habla sino de la tragedia del Open Arms, un barco con migrantes a bordo dando vueltas por el mediterráneo pidiendo asilo y clemencia para un grupo de migrantes, hombres, mujeres y niños, que solo quieren vivir ¡Dramático! Esto es lo que ha causado la angurria del poder económico del Primer Mundo y que pagarán con el tiempo los ciudadanos comunes que verán limada su cultura. Ciudadanos comunes que, respetuosos del prójimo, acogen a esta gente que hubiera preferido no abandonar su tierra, pero a la que no le ha dejado alternativa el poder imperial (léase neo colonialismo económico). Como dijo un dirigente social africano hace un tiempo atrás: “toda esta tragedia, todos estos problemas, no sucederían si no nos hubieran aplastado y obligado por la necesidad a dejar nuestra tierra”. Clarito.
La capacidad de resiliencia Europea y la realidad argentina
La capacidad de resucitar, de retornar a sus estándares de vida, de los europeos es enorme. Pasaron guerras, epidemias, adversidades, pero la genética (que se hace cultura) predomina. Por eso cuando se escucha decir que “ellos también tienen problemas”, esa es una verdad relativa y por lo tanto falsa. Los problemas de Europa no son los argentinos. En Europa hay corrupción, seguramente, pero es la excepción y cuando se detecta hasta Jordi Pujol paga las consecuencias. En cambio en Argentina la corrupción es la regla y no solo esta nefasta regla la observa el gobernante, sino gran parte de la sociedad, porque cuando un señor estaciona en doble fila, o pasa el semáforo en rojo, o arroja una botella de plástico a la calle o le importa un bledo el peatón que desea cruzar la calle (sin contar otras cosas) eso también es corrupción que se va haciendo cultura.
Lo más dramático es que una parte de esta sociedad que infringe las leyes y violenta las normas, se siente con autoridad moral para cuestionar a sus dirigentes (cualquiera sea el signo) como si estuviera libre de pecado para arrojar la primera piedra. Los dirigentes, los gobernantes, no existen sino por voluntad de sus representados. Es triste, es duro, pero es la realidad.
La pena es para esa parte de la sociedad buena, trabajadora, sensible, libre del odio, que desea vivir dignamente y que no puede porque no la dejan.
(La imagen que corresponde a la portada es de un taxímetro, un vehículo alta gama último modelo)