Por Diego Añaños
Acabamos de pasar una de las semanas más intensas de la Argentina de los últimos años. De hecho parece que hubiera pasado un mes. Una de las grandes incógnitas del 2019 era si las elecciones presidenciales se iban a definir en primera o segunda vuelta: pues bien, se definieron en las Paso.
Efectivamente, y luego de un resultado abrumador a favor de la fórmula Fernández-Fernández, podemos decir que hemos elegido un nuevo presidente, más allá de que aún deban sustanciarse las elecciones generales de octubre. La respuesta de eso que eufemísticamente llamamos “los mercados”, no se hizo esperar y los acontecimientos se aceleraron a partir del lunes a la tarde, luego de una conferencia de prensa en la que el presidente Macri tocó fondo.
El mensaje puede resumirse en la siguiente frase: “La voz soberana de los mercados se ha hecho escuchar, es hora de que el pueblo argentino escuche y acate”. Un dislate, desde todo punto de vista. Sin embargo, si miramos una par de semanas para atrás, es posible ver cómo se fue configurando el escenario económico financiero para que el panorama del lunes luciera aún más sombrío. Veamos la secuencia de los hechos.
Una semana y media antes de las Paso los principales medios de comunicación publican una serie de encuestas y llevan adelante un procedimiento metodológicamente extremadamente desprolijo: hacen un promedio directo (no ponderado) de los resultados. Claro, en esa bolsa había estudios con distintas metodologías y muestras, la mayor parte de las cuales favorecían por sesgo estadístico al gobierno. En síntesis, se afirmaba que el oficialismo estaba a menos de 4 puntos de la fórmula Fernández-Fernández, una cifra que sonaba razonable para “los mercados”, y que era descontable en octubre.
El viernes, en una burda maniobra de intervención en los mercados, el gobierno produce un estallido de euforia bursátil y plancha la cotización del dólar. Desde los principales medios se explica el hecho por la aparición de un conjunto de encuestas (que obviamente no se podían publicar), que pronosticaban una excelente elección para el gobierno. El objetivo era claro: generar la sensación de que la perspectiva de una buena elección del oficialismo llevaba optimismo a los mercados.
Macri ya tenía los números finales en la mano, y éste pequeño veranito estuvo diseñado para contraponerlo con el (previsible) derrumbe que se vendría el lunes. Tanto Pablo Gerchunoff (radical y afín a Cambiemos), como Carlos Rodríguez (un Chicago Boy, vice ministro de Roque Fernández durante la gestión de Menem, y uno de los fundadores del CEMA), apuntaron sus cañones contra el gobierno. Gerchunoff calificó la opereta como una payasada. Rodríguez tweeteó: “Rally altamente sospechoso de última hora, realmente me gustaría saber quién compró y con la plata de quién”. La sospecha concreta: la Anses, el Banco Provincia y el Banco Ciudad habrían puesto 150 millones de pesos para la operación.
Domingo, luego de un resultado aplastante, y en medio de una crisis política, se pulverizan los papeles argentinos en los mercados globales en las primeras aperturas asiáticas, mientras que las operaciones de compra de dólares on line comienzan a mostrar una suba sostenida del tipo de cambio. Habla Macri, convoca a una reunión de gabinete para el lunes a las 15:30 hs (!!!!!), y manda a todo el mundo a dormir.
Lunes: la apertura de los mercados locales profundiza la tendencia de la caía de los papeles argentinos, mientras que la cotización del dólar se dispara por encima del 30%. Dos cuestiones: la euforia guionada del viernes ayuda a profundizar el contraluz del pánico del lunes, una montaje teatral montado con la precisión de un mecanismo de relojería. La seguna: Macri era un presidente con su mandato vencido. “Los mercados” (digamos, las 15 ó 20 empresas más importantes de la Argentina) estaban pidiendo cambiar de interlocutor. Concretamente, estaban reclamando una charla con Alberto Fernández.
Finalmente la charla se dio, entre Fernández y algunas empresas, y entre Fernández y Macri. Las tensiones financieras dieron un respiro y terminó finalmente una de las semanas más complicadas de la vida política del presidente, que anunció a mediados de semana un paquete de medidas tendientes a intentar recuperar el acompañamiento de la clase media. Presumiblemente no tendrán ningún impacto electoral ni económico, pero el impacto fiscal y monetario de las mismas hace pensar que, como sugirió Carlos Pagni desde las páginas de La Nación, el acuerdo con el FMI está virtualmente cancelado. Queda claro que ni los objetivos fiscales ni los monetarios son garantizables ya, y habrá que ver cómo se resuelve la cuestión con el organismo. Recordemos que aún falta un tramo de U$S5.400 millones para cerrar el programa financiero 2019. Luces de alarma en un gabinete donde nadie tiene su sillón asegurado.
Como decíamos recién, las tensiones financieras parecen haberse relajado. Las señales políticas emitidas desde el frente opositor triunfante en las PASO fueron suficientes para calmar las aguas: el dólar frenó y carrera y retrocedió en su cotización, las acciones tuvieron una pequeña recuperación, y el Riesgo País cedió levemente. Sin embargo, nada de esto debe hacernos pensar que los problemas están resueltos, el gobierno que viene recibirá el poder en diciembre con una altísima inflación (con la devaluación de ésta semana los pronósticos anteriores se pulverizaron, y ya se habla de, al menos un 50% para fines de año), una economía en recesión, con una pobreza creciente, altos niveles de desempleo, y un endeudamiento extremadamente preocupante, que condicionará fuertemente los márgenes de maniobra de la nueva gestión a partir del año que viene.