Por Carlos Duclos
¿Qué otra cosa se podía aguardar? Cuatro años de desempleo, de mercado interno paralizado, de Pymes en la angustia, de comercios cerrando, de una economía social en caída libre, de inflación, de liderazgo abyecto del FMI, de pérdida del poder adquisitivo por parte de los trabajadores y de insensateces gubernamentales, no podían dar como resultado sino esta derrota que es el prólogo de octubre. Las caras largas en los dirigentes de Juntos por el Cambio y la pobre y penosa arenga de Lilita Carrió a la militancia, que fue no más que una aspirina de plástico para esta frustración dolorosa, son indicadores de una verdad incontrastable: octubre viene negro, muy negro, para el oficialismo.
Perdió el presidente Macri, perdió la gobernadora Vidal (recibió una paliza descomunal por parte del carismático Kicilloff) y capotó el oficialismo en casi todo el país. Un oficialismo que empieza a volver al pasado, al lugar en donde una vez soñó con gobernar el país, sueño cumplido que no supo mantener. Cambiemos o Juntos por el cambio, va de regreso a la Capital Federal con un Rodríguez Larreta que mantuvo su imagen. Todo lo demás, excepto Córdoba, lo perdió porque como dicen las Sagradas Escrituras, “no se puede servir a dos amos”, no se puede servir a Dios y al diablo, no se puede servir al pueblo y a los poderes económicos concentrados.
Caras largas en Cambiemos, pero también en algunos periodistas porteños, adscriptos a cuatro años de disparates, que esta noche no sabían como dar la noticia y que cuando debieron darla sus miradas estaban tan perdidas como la del boxeador que recibe un uppercut de derecha y no sabe si está en el ring o en otra dimensión de su patética existencia.
Unas limitadas obras públicas y la receta marketinera de Durán Barba no dieron resultado, porque la gente no come cemento y porque a la publicidad la venció el changuito del supermercado y la billetera vacía. Obvio.
Caras largas en Cambiemos y la crónica de una derrota anunciada; una crónica cuyo final se intuye en octubre.