Por Marisa Zemeñuk
A 25 años del atentado terrorista a la Amia y horas antes de que se celebre el Día del Amigo, CLG unió en una entrevista a Juan Mascardi, escritor de “El verdadero hombre de hierro que cayó al vacío y sobrevivió a las bombas”, y al protagonista de la historia: Alejandro Mirochnik, sobreviviente de una de las peores tragedias de la historia Argentina. Sin embargo, la vida, la familia y una hermosa amistad los habían unido antes.
Mascardi vivió el atentado de cerca. Alejandro, amigo suyo y de su hermana Magaly, trabajaba en la Asociación Mutual Israelita Argentina. Se conocieron el 6 de abril de 1991, el día en que Alejandro se consagró campeón argentino en su categoría en un Triatlón en Catamarca. “Al finalizar la carrera, mi hermana quiso abandonar. Alejandro llega, se consagra, vuelve a buscarla y ella logra llegar a la meta acompañada de Alejandro”, recordó. De ahí en más, los tres se vieron unidos por un vínculo de amistad, que ni el tiempo ni los momentos más difíciles lograrían corroer.
“Pensaba en cómo discurre la vida de cada uno de nosotros, cuántos hitos van apareciendo y cuántas vidas truncadas. Pareciera que cada año que pasa, mientras sigue impune, es como que vuelve a explotar”, reflexionó Juan Mascardi sobre el atentado a la Amia. Y agregó: “Aparece en los recuerdos más tristes, más dolorosos, más confusos.”
En un intento por contextualizar, Mascardi recuerda que el atentado sucedió poco después de la finalización del mundial ‘94, del doping de Maradona, en plena consolidación de la televisión por cable y en el mismo año en el que nacieron los canales de noticia 24 horas (Crónica Tv y TN). “Aquellos años, los televisores reprodujeron por primera vez un acontecimiento trágico, con una continuidad en vivo de forma permanente por los canales. Eso parece que nos aproximó aún más. Había una celebración íntima cada vez que encontraban a alguien con vida.”
Apenas quince horas después de que Brasil ganara la Copa del Mundo, el 18 de julio de 1994 a las 9.53, un coche bomba hizo explotar el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina. Mascardi recuerda las paradojas: “Muchos comunicadores habíamos comparado el doping de Maradona con el día más triste de Argentina después de la muerte de Eva (Perón). Poco después hubo una tragedia real, táctil, palpable, de la que muchos argentinos fuimos testigos.”
El 18 de julio de 1994, Magaly llamó a su hermano para contarle que Alejandro era una de las víctimas del atentado a la Amia, que lo habían logrado salvar y que estaba en estado de shock. “En las tragedias no hay moralejas, no hay estereotipos, no hay buenos, no hay malos. Las tragedias son tautológicas”, expresó Mascardi en su charla Tedx “El periodismo será humano o no será”. Al recordar la historia de Alejandro, lo nombra como “el verdadero hombre de hierro que cayó al vacío y sobrevivió a las bombas”. Lo escribió para el diario La Nación y luego lo incluyó en su libro “Ni tan héroes, ni tan locos, ni tan solitarios”.
“En el triatlón hay valores, en el triatlón hay fe y resistencia. Lo recuerdo (a Alejandro) siempre con una camiseta que decía ‘a muerte triatlón’”, se escuchó en el fragmento de la charla Tedx de Mascardi. Alejandro Mirochnik se sumó a la entrevista telefónica, escuchó esa fracción de la charla y asintió cada una de las palabras, cada detalle brindado por Juan al contar su historia.
Mascardi aclaró que algunos pedazos del texto forman parte de una poesía que su hermana Magaly, le escribió a Alejandro de un tirón en el momento que vio que lo rescataron. “Esas escrituras todavía las tengo guardadas. ‘La poesía de los escombros’”, recordó Alejandro y explicó que Magaly le alcanzó la poesía a su madre y ella fue quien se la entregó mientras él estaba internado.
Cuando ocurrió el atentado, Alejandro Mirochnik tenía 32 años y trabajaba de archivista en el área de prensa de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (Daia), que se encontraba en el quinto piso de la Amia. “Como todas las mañanas, me dirigía de Mataderos a Plaza Once en bicicleta, son aproximadamente 13 kilómetros y me servían para entrenar. Era campeón argentino en la categoría 30/35 años en triatlón”, explicó Alejandro sobre el camino a su trabajo, que consistía en buscar diarios y armar recortes a partir de los mismos.
Después de buscar los diarios, Alejandro volvió a la calle Pasteur 633, donde se emplazaba el edificio. Al ingresar, subió al ascensor para ir al quinto piso: “Cuando llego, se me viene abajo el ascensor. Yo creo que era el ascensor, nunca escuché ruidos”. Desde las 9.53 hasta las 15 , Alejandro pensó que era un desperfecto del ascensor hasta que vio una luz y un bombero, a dos metros de distancia, le explicó que había ocurrido un atentado.
“El bombero me dio una manguerita de agua y una de oxígeno y me contó que yo estaba tres metros bajo escombros. Empezaron a sacarlos y a las 19 tuve la suerte de que me pudieran rescatar. Me pusieron una tablita y me llevaron al hospital donde me informaron que mi pierna había quedada todo quebrada, y que seguramente me la tendrían que amputar», recordó Alejandro.
Al otro día del atentado a la Amia, Alejandro se enteró que su tío, que trabajaba de mozo en el primer piso, había fallecido. “El 18 de julio muere un Alejandro y nace otro, un poco más testarudo, más luchador, con sueños que nunca más va a cumplir pero también con sueños nuevos”, expresó.
Después del atentado, Alejandro se quedó 2 años trabajando en la Amia, hasta que se dio cuenta de que no podía seguir ahí y se fue a vivir a Villa Gesell. Se dedicó a la docencia durante 20 años: “Trabajé con chicos especiales, aprendí a caminar con ellos, aprendí a rearmar mi pierna, a sentir el dolor en cada paso que daba. Pero me reforcé, me reafirmé y tuve la suerte de que, gracias a la familia y a los amigos que tengo, puedo contar hoy una historia de felicidad y alegría”.
“Escucharte nos da la bocanada de sentirnos más vivos que nunca”, expresó un emocionado Mascardi y le pidió a Alejandro que cuente cómo fue la vuelta al triatlón. Su amigo, accedió: “Ya en el hospital hacía gimnasia, abdominales y pesas”. Alejandro explicó que a los dos meses le corrigieron el pie, sin operación, y le pusieron “un yeso que iba desde el dedo del pie hasta el glúteo”.
Un mes después, Alejandro volvió a su casa y comenzó a pedalear en la bicicleta fija con el yeso, al que le había puesto una goma. A los tres o cuatro meses, el tamaño del yeso se fue achicando y cuando le quedó abajo de la rodilla “caminaba entre 20 y 30 cuadras, con las muletas canadienses, esas que van en la cintura. Y caminaba y andaba en bicicleta con una pierna”. Una vez que le sacaron el yeso, comenzó a nadar.
Alejandro se había casado y vivía a 15 km de la casa de su mamá. Un día, que no trabajaba, se levantó a las 10 de la mañana y con las muletas se fue caminando a la casa de su madre. “Mi madre me mira y me dice ‘¿quién te trajo?, ¿viniste en el remís?’. Le muestro las manos ensangrentadas y le digo que no son sudor y lágrimas. Son sangre porque me vine caminando, pero lo más lindo no es que caminé, sino que el domingo voy a correr el triatlón”. Su mamá se largó a llorar.
“El 15 de abril (de 1995), no lo olvidaré jamás. Se corrió el último triatlón”, recordó que fue en un Fiat 128 a Chascomús con su padre y que cuando llegaron, Jorge Leiva, el organizador e íntimo amigo suyo, comenzó a decir por altoparlante: “Acá llevo a Alejandro Mirochnik, el sobreviviente a la Amia que viene a ver la carrera”. En ese momento, el padre de Alejandro le dijo a Jorge: “No viene a ver la carrera, viene a correrla. Decile que no, decile que no”. Jorge le respondió: “¿Cómo le voy a decir que no?” y puso un coche y una ambulancia a disposición, para que Alejandro puediera participar.
“Me acuerdo como si fuera hoy, agarré las muletas y empecé a correr. Lo más lindo es que en natación y en bicicleta yo ya estaba poderoso. Entonces salí entre la mitad. Y cuando empecé a correr, entre los 100 primeros estaba el sobreviviente a la Amia, pero quién se imaginaba que yo iba a salir con las muletas. La gente lloraba, lloraba de emoción. Hice 2 km y medio con las muletas y le dije a mi viejo, que me acompañaba a lado caminando, ‘tomá tené las muletas porque me parece que ya no las necesito’. Seguí esos dos kilómetros y ahí me di cuenta que podía correr, que podía seguir caminando, corriendo y llegué. Fue muy emocionante”.
Alejandro tiene de lema en su estado de WhatsApp “lo mejor está por venir”, acompañado de tres emoticones: una persona nadando, otra en bicicleta y la tercera corriendo. En el tramo final de la entrevista, Alejandro habla de su hijo Joaquín, que estudia arte y le sirve de ejemplo para decir que a cada uno lo salvan cosas distintas.
“Mi mensaje de docente es que cuando vos tenés un dolor de cabeza, cuando estás angustiado, cuando te pasa algo, intentes sentir que estás vivo y puedas salir adelante. Esa es la lucha por la que uno está convencido: que se puede, que lo mejor está por venir y que hay que luchar porque seguramente lo vas a conseguir”, concluyó Alejandro.