Opinión

Por Diego Añaños

Los costos sociales de la paz


Por Diego Añaños

A comienzos de semana, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, el secretario de Finanzas, Santiago Bausili, y el vicepresidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), Gustavo Cañonero, viajaron “sigilosamente” (sic. La Nación) a Nueva York a conversar con “inversores internacionales”. Durante el encuentro se hizo un repaso de futuras reformas estructurales, números fiscales, la actual política monetaria y cambiaria, el acuerdo con el FMI y las perspectivas electorales rumbo a la generales de octubre.

El viaje no fue comunicado oficialmente, pero se supo que hubo un almuerzo con inversores organizado por el HSBC (del que participaron 20 fondos de inversión y entidades financieras), y luego participaron de un evento para 250 personas organizado por Goldman Sachs. Fue el turno de almorzar con un grupo de inversores convocados por el Banco Santander, para luego partir a la Cumbre del G-20 en Osaka. Un asistente al encuentro organizado por Goldman Sachs sostuvo que el ministro Dujovne mantuvo el “mismo mensaje optimista de siempre”. Los funcionarios aseguraron de que existen señales incipientes de recuperación económica. A la vez que aseguraron que, ante una previsible reelección de Mauricio Macri, se avanzaría con las reformas pendientes: la laboral y la previsional. Los anuncios trataron de llevar a los inversores la certeza de que el fuerte ajuste en el gasto conducirá, como se anunció la semana pasada, a un sobrecumplimiento de la meta fiscal. También el ministro Dujovne garantizó que, al menos hasta las elecciones, tendremos un súper peso, a la vez que garantizó la paz cambiaria.

Sin embargo, aparentemente el ministro omitió informar los costos sociales del programa de estabilización. Según los resultados de la última encuesta del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, el 49,3% de la Población Económicamente Activa se encuentra ocupada en el sector microinformal. En el mismo, la proporción de cuentapropistas está por encima del 52%, mientras que un 20,3% trabaja en relación de dependencia pero no recibe aportes. Se trata habitualmente de empleos refugio, que se desarrollan en contextos de baja productividad, alto nivel de precariedad y vulnerabilidad, y que en promedio recibe salarios de algo más de $10.000 mensuales. Si consideramos que, de acuerdo al último relevamiento del Indec, una familia tipo necesitó de $30.337 para no ser pobre, podemos tomar alguna dimensión del problema.

Paralelamente, se conocieron los datos de un informe reciente del Indec, elaborado a partir de los datos obtenidos por la Encuesta Permanente de Hogares, que consigna un empeoramiento de las condiciones en la distribución del ingreso en la Argentina. El análisis parte de un aumento del coeficiente de GINI, que es uno de los indicadores utilizados para medir la desigualdad. Se cargan un conjunto de datos sobre una ecuación y se obtiene un resultado que puede ir de 0 a 1, siendo 0 la igualdad perfecta (todos poseen lo mismo), y 1 la desigualdad perfecta (una sola persona posee todo y los demás nada). En realidad no existe ningún país con un GINI de 0 ó de 1. Si buscamos los registros por países, nos vamos a encontrar con que las frecuencias van de 0,24 a 0,63 aproximadamente. Según el informe, Argentina hoy tiene un GINI de 0,447, contra un 0,440 de la última medición. En 1974 llegamos a tener un 0,367, uno de los más bajos del mundo capitalista de aquel momento.

El 10% más rico de la población se queda con el 32,8% de los ingresos totales, pero si le sumamos el decil siguiente, nos encontramos con que el 20% más rico, se queda con el 49,8% del total. Un tercio de la torta para el 10%, y la mitad de la torta para el 20% más rico. Por otro lado, el 10% más pobre de la población se lleva sólo el 4,4% de los ingresos. Para simplificar: los sectores más ricos perciben 26 veces más que los más necesitados. Expresado en números absolutos suena impactante, se sumaron cuatro millones de nuevos pobres en el último año.

Los datos no deberían llamar la atención. Es más sería raro que fueran distintos en un contexto como el de la coyuntura económica actual, donde observamos: caída del poder adquisitivo de los salarios (con paritarias por debajo del crecimiento del índice general de precios), caída del empleo (según el Sistema Integrado Previsional Argentino, hay 203.000 trabajadores menos que el año pasado) y precarización laboral. En realidad son fenómenos que operan como preámbulo de lo que se viene, al igual que el notable deterioro del consumo, que cae un 22,9% en los shoppings y un 12,6% en los supermercados, de acuerdo a lo publicado el martes por el Indec. A ver, incluso dejando de lado las consideraciones éticas, desde el punto de vista de la mecánica económica capitalista, si el objetivo es hacer crecer la economía no hay peor apuesta que una redistribución regresiva del ingreso.

Leyendo las declaraciones del ministro Dujovne, en las que garantizaba estabilidad a los inversores externos, no pude más que recordar una pintada en el frente de la facultad de Humanidades y Artes: “Los romanos hacen un desierto, y lo llaman PAZ”.

Los romanos hacen un desierto y lo llaman PAZ.