Opinión

Opina Alberto Botto

Unidad y respeto por los derechos para el bien común


Por Alberto Botto (*)

Unidad en torno a la diversidad, unidad en puntos comunes de coincidencia que aseguren paz personal, paz familiar y paz social en la Argentina. Unidad en la ciudadanía más allá de la llamada “grieta” que pretenda imponer el poder político. Pero además de unidad, reflorecer de valores que son fundamentales para la convivencia y el crecimiento. Solo de esta forma Argentina saldrá del encallamiento en el que se encuentra.

Unidad y valores. Valores tales como respeto por aquel que piensa políticamente diferente, pero que quiere lo mismo, en definitiva, que el otro: un país en donde la vida pueda ser vivida con dignidad en todos los sentidos, y donde los derechos de todos y cada uno de los seres humanos sean respetados y las vías para lograrlo aplicadas.

Derechos, sobre todo, de los más desprotegidos, los más vulnerables, pero sin dejar de tener en cuenta que las mujeres y hombres de la clase media y las clases más altas son también seres humanos y por tanto vulnerables en muchos aspectos. La división y el enfrentamiento entre clases no son, nunca lo fueron (y la historia del mundo lo demuestra) la vía idónea y adecuada para la solución de los conflictos.

Por supuesto, tampoco lo son las recetas y políticas despóticas, neoliberales y hasta ultra liberales, aplicadas por los poderosos que aplastan y asfixian de una u otra forma a los seres más buenos, inocentes y con menor poder o capacidades reducidas para hacer frente a semejante atropello.

La aplicación de la famosa “competencia” entre personas, por otra parte, es arbitraria, injusta y debe ser repudiada en el marco del crecimiento económico individual (trabajadores). No todos los seres humanos disponen del mismo potencial, no todos pueden desarrollarse para la competitividad (por razones naturales o de circunstancias), pero todos tienen derecho al respeto, a la protección y la vida digna por ser “humano”.

El modelo político y económico que requiere la Argentina debe estar basado en la buena voluntad, en el respeto por el otro, en la consideración del otro como sujeto susceptible de poseer todo aquello que le signifique bienestar. Cabe recordar, en este sentido, lo expresado por Juan Pablo Segundo, cuando dijo que todavía existen casos de explotación inhumana, de semi esclavitud en los países del Tercer Mundo. “Dios ha dado la tierra a todo el género humano (…) sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno, y aunque la propiedad privada o un cierto dominio sobre los bienes (…) deben ser considerados como una ampliación de la libertad humana, no son un derecho absoluto”.

Los males argentinos, en razón de políticas sustentadas en la división y la mezquindad, los pagan todos. Es cierto que con más desgracia pagan los que menos tienen económicamente, pero las consecuencias de políticas absolutamente aberrantes sacude a ricos, clase media sobre todo, y a todo el espectro, porque la injusticia social trae pobreza material y esta pobreza es madres de otros males, como la delincuencia, el narcotráfico.

Por otra parte, el capitalismo salvaje o ultraliberalismo, es padre de la pobreza espiritual que no es menos peligrosa que la otra, pues provoca soledades, vacíos, adicciones con las cuales se intenta remediar un mal que solo es posible atacar dándole a cada uno lo suyo para que puedas desarrollarse como persona. “Lo suyo” en el orden económico, educativo, cultural, espiritual.

Para esto no hay otra receta que la basada en la ética, en la moral, en la buena voluntad de todos, a pesar de las diferencias, en lograr el bien común.

 

* Secretario general del Sindicato de Luz y Fuerza de Rosario; secretario general del Movimiento Sindical Rosarino