Por Carlos Duclos
Allí está, en el frío del inminente invierno, sola, abandonada, triste. Una bandera desairada por la institución Presidencial, como lo han sido los ex combatientes, esos bravos de una guerra declarada por la insensatez, pero librada con honor, con valor, con patriotismo. Ese mismo sentimiento de Patria que hoy huelga por todas partes, que parece extinguido. Allí queda ella sola, acariciada solo por el espíritu del prócer que la creó y por algunos corazones argentinos libres de la esclavitud del odio, que no miden el presente con la regla del pasado porque comprenden que tal métrica solo lleva a un futuro desgraciado ¿Son la mayoría?
No hay tranquilidad en el país y quién sabe si quedan muchos patriotas, más bien parece que pulula una nueva raza de políticos de uno y otro signo: los ensimismados en el arte de acomodarse a como de lugar, transando con unos o con otros con ansias de poder, mientras la Patria se desangra con un diez por ciento de desocupación, otro tanto de subempleo, hiperinflación, pobreza histórica extraordinaria, mercado interno enfriado, costo de servicios altísimos e impagables y una serie de factores adversos que parecen hechos eventuales, pero que son el símbolo de una Nación en donde los valores están más devaluados que el mismo peso nacional: el hundimiento de un submarino con 44 héroes, triste hecho sobre el que hasta ahora no hay explicación; un misterioso, inédito apagón que algunos justifican y otros prometen explicarlo en algún tiempo más, y eso cotidiano, pero no menos significativo, que tiene a mal traer a tantos argentinos.
Pero, como se decía, para justificar este presente se recurre al pasado. Un pasado viciado de errores y de pecados dicen algunos. Sí, es posible, pero olvidan que, paradójica y asombrosamente, el presente se ha ocupado de preservarlo: el senador Pichetto, defensor acérrimo de ese pretérito cuestionado y de sus fueros, por caso, candidato a vicepresidente por el presente que se aplaude. Reluciente país del revés, como cantara la recordada María Elena Walsh.
El presidente viene a Rosario, pero no al Parque Nacional a la Bandera; no habrá discurso, no habrá vibrante arenga: “¿Juráis a la Patria seguir constantemente a su bandera y defenderla hasta perder la vida?” No habrá conmovedor “¡Si, juro!” que en otras épocas la emoción lo hacía nudo en la garganta. En lugar de eso, habrá una visita a un club en el sur de la ciudad, lo que para algunos huele más a acto proselitista que otra cosa. No es un buen ejemplo que se derrama hacia abajo el de la institución presidencial.
¡Ah, pero ella viene a la tarde a hablar “sinceramente”, justifican otros! Pero no es la presidenta, no le corresponde el protocolo de honrar a la bandera y a su creador, en el Parque Nacional, desde la máxima investidura. En todo caso es la presidenta del pasado, un pasado que advierte con volver si continúa esta serie de desaguisados gubernamentales, insensatamente justificados.
Otros tiempos
Decía el general Manuel Belgrano que “todas las dificultades se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la patria”. Pero parece que no lo hay. Hoy, en medio de semejante crisis, el argentino desapasionado, pensante, inteligente, de corazón templado y mente abierta, hubiera querido un palco oficial presidencial, con ex presidentes a su lado, dándole un mensaje a la Nación y al mundo sobre la voluntad de vencer, unidos, a una realidad desalentadora y preocupante, pero eso es un sueño que se hace realidad en otras tierras en donde se comprende mejor el sentimiento de Martín Fierro: «los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera».
Hoy la Patria y la bandera, como tantas veces en el pasado, devoradas por poderes foráneos con la ayuda de la corporación formada por “arquetipos” descangayados de uno y otro signo. Una pléyade de políticos muy ocupada en el vil acomodo con miras a las elecciones, que en la angustia de tantos seres humanos tan solos y tristes como la misma bandera.