Por Carlos Duclos
Hoy se conocerá el índice de pobreza que, todo lo indica, no variará demasiado respecto de los porcentajes dados en los últimos meses y, por qué no decirlo, de los últimos 20 o 30 años en la Argentina. Históricamente, la pobreza en este país ha dado vueltas viciosas entre el 20 y el 35 por ciento; cifras alarmantes más aún si se tiene en cuenta la riqueza potencial del país.
Una constante nefasta, una realidad fatídica porque aquí no hay pobreza eventual o cíclica, sino, como se expresa, pobreza estructural, permanente, enquistada como un tumor maligno.
En el mes de abril pasado la pobreza rondaba el 32 por ciento, pero lo cierto es que este flagelo siempre fue un fantasma en Argentina que algunos presidentes, como Alfonsín, lograron mitigar por momentos. Durante los dos primeros años del gobierno del radical la pobreza bajó al 14 por ciento, pero luego se disparó. Algunos meses después de la toma de poder por parte de Carlos Menem, había trepado al 38 por ciento y pudo ser mitigada por un tiempo corto por la efímera calma de la convertibilidad.
Según datos de algunas consultoras, casi al finalizar el año 1989 la pobreza estaba de nuevo rabiosa en el país y alcanzaba el 47 por ciento, pero en el año 1995 bajó al 22 o 23 por ciento. Duró poco.
Durante la Presidencia de De la Rúa el índice de pobreza alcanzó el 35 por ciento, y durante el gobierno de Duhalde aumentó. Cuando Néstor Kirchner se hizo cargo del gobierno nacional, la pobreza argentina estaba en el orden del 45 por ciento o aún más. Kirchner logró bajar ese porcentaje al 26 por ciento. Luego, los datos oficiales se pierden como consecuencia de la operativa irregular del Indec, pero en rigor de verdad el flagelo que asola a los argentinos jamás estuvo en aprietos y siguió viviendo y coleando. Consultoras privadas dan cuenta de que durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner el índice de pobre fluctuó en el orden del 30 por ciento.
Como se ve, no muy lejos de la realidad de nuestros días, aunque con algo a favor para las clases más vulnerables y los trabajadores de los días de Cristina presidenta: ayuda social y actualización de salarios más o menos acorde con la inflación y más movimiento del mercado interno. Hoy, con Cambiemos, la pobreza está acompañada de un panorama desolador en el marco social: desempleo, recesión, súper inflación, parálisis industrial y comercial, imposibilidad de actualizar haberes y siguen los males.
Pero además de esta pobreza de orden económico, hay otra pobreza que, a la larga es más devastadora: es la pobreza política, la pobreza moral, la pobreza ética de una dirigencia que no ha querido pensar en el destino de los seres humanos, dando prioridad a sus inmorales afanes de poder. Y sin contar con la pobreza en materia de seguridad que pagan todos, con responsabilidad mayor por parte del Estado Nacional, aunque la casta dominante se ocupe muy bien de disfrazar tal responsabilidad.
Lo peor, es que desde hace décadas la sociedad argentina o buena parte de ella, parece no optar por alternativas (tal vez no las encuentre o no las haya) dándole el voto a quienes representan “más de lo mismo”, que seguramente siempre harán aquello que saben: “más de lo mismo”.
Estos dirigentes de los mismos rostros y las mismas identidades que se alternan en el poder, por otra parte, se las han apañado muy bien para modelar la mente de muchísimas personas mediante la desinformación (ignorancia de la realidad), fanatismo inducido y división consagrada.
Es decir, estimado lectora o lector, que si vivieran los asambleístas del año 1813, verían con desagrado que la esclavitud en el fondo no ha sido abolida en este país, porque millones de personas siguen siendo cautivas de las pasiones que el espectro poderoso político (al servicio de otros más poderosos) ha cultivado muy bien.