En abril de 1939 Gabriela Mistral, poeta chilena, llega a Rosario a dictar conferencias en el Normal 2, por gestiones de su directora, Lola Dabat. Una amiga rosarina la invita a conocer la Escuela Experimental Nº 69 Gabriel Carrasco, aceptando esta gustosa.
Vemos en el centro de la imagen a Gabriela (de negro) escuchando atenta a Olga Cossettini que está a su lado con guardapolvo blanco, ambas rodeadas por un grupo de alumnos en la plaza Santos Dumont, donde plantaron un árbol en homenaje a esta chilena universal que al despedirse de la directora de la Escuela Serena, le dijo: “Yo siempre soñé que mi escuela fuera como la suya pero usted Olga ha sido más valiente que yo, porque yo la he traicionado alejándome de la mía. Que Dios me la guarde a usted bien para que siga haciendo por los niños obra tan bella”.
También tuvo una expresión de elogio para Leticia Cossettini por su creación del Coro de Pájaros donde los niños imitaban afinadamente a las distintas aves canoras que hacían su hogar en las arboledas de las calles y las barrancas del barrio, diciéndole que el coro «era digno del Paraíso».
Pero había más, al día siguiente Gabriela fue invitada por algunos admiradores a dar una vuelta en lancha por el río, visitar las islas y el puerto. De resultas de esa excursión fluvial surgió este “Mensaje a los niños del Litoral”, con esta expresa dedicatoria de la futura Premio Nobel de Literatura a “Dolores Dabat y Olga Cossettini, maestras ejemplares del Paraná”: “Niños rosarinos, ayer yo navegué vuestro río, bajé mi mano a vuestra agua fluvial y el río bueno tomó mi cuerpo y me llevó consigo…Ayer yo vi los elevadores rosarinos de grano, los medí, los gocé y los bendije pasando. Las mujeres amamos las cosechas de Canaán, porque nosotras somos las proveedoras de las mesas y a nosotras nos toca distribuir el pan. Los graneros parecían, a la luz de la mañana, torres de Cibeles o el talle mismo de Ceres, galaneando en la luz argentina; los graneros parecían también los mástiles de la abundancia, los palos mayores de la grande patria agraria. Yo nunca olvidaré, niños argentinos, esos graneros rosarinos, empinados como aleluyas del trigo; siempre llevaré en mis ojos su signo blanco, su raya vertical, su dedo afirmador de la abundancia feliz…”