Por Maureen Birmingham (*)
David Boyd, Relator Especial de Naciones Unidas sobre derechos humanos y medio ambiente, la calificó de «asesino silencioso». Los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) le dan la razón: la muerte prematura de 7 millones de personas, entre ellos 600.000 niños, es atribuible a la contaminación del aire. Nueve de cada diez personas respiran aire contaminado cotidianamente debido a las emisiones del tránsito, la industria, la agricultura y la incineración de residuos.
La OMS agrega que cerca de 3.000 millones de personas usan habitualmente combustibles contaminantes para cocinar y calentarse, y un tercio de las muertes por ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares y enfermedades respiratorias crónicas son atribuibles a la contaminación del aire.
Las cifras son alarmantes y el problema es global. Pero el tema no recibe una respuesta contundente y sostenida de Estados y gobiernos. Eso se debe, indica la OMS, a que las muertes por contaminación del aire «no son tan trágicas como las causadas por desastres o epidemias; pasan casi desapercibidas».
La ONU ha sido el ámbito adecuado para aprobar algunos acuerdos mundiales claves para generar una acción global contra la polución: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París sobre el Clima y la Agenda Urbana 2030. Asimismo, la OMS estableció una Agenda de Acción para «reducir el número de muertes por contaminación en dos tercios para el año 2030».
Más de 4.300 ciudades en 108 países han enviado información para ser incluida en una base de datos de la OMS sobre calidad ambiental, la mayor del mundo en este tema. Y desde 2016, más de 1.000 ciudades se han sumado; un dato positivo que revela una mayor toma de conciencia y la voluntad de asumir un compromiso. Pasos indispensables, pero no suficientes, porque los niveles de contaminación, el crecimiento de la urbanización y su deficiente planificación siguen superando los esfuerzos de vigilancia y regulación.
Los acuerdos multilaterales indican que los Estados tienen una responsabilidad primaria en esta lucha. Deben vigilar la calidad del aire y sus efectos en la salud, determinar las fuentes de contaminación, promulgar y cumplir leyes y normas, y aplicar planes nacionales y locales. El impacto económico de la falta de acción en el tesoro público es grande: el Banco Mundial estimó en 5 billones de dólares las pérdidas ocasionadas por las muertes prematuras relacionadas con la polución, lo que equivale al PBI de Japón en 2013.
El 5 de junio de 2019, Día Mundial del Medio Ambiente, es un llamado para lograr más acción política y cívica ante uno de los mayores retos de nuestro tiempo, la polución del aire. Las herramientas técnicas para hacerlo ya existen. El fundamento científico también. El marco de acción global ha sido aprobado. Lo pone de manifiesto la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible aprobada en 2015 por los 193 Estados Miembros de la ONU que establece metas claras para reducir la contaminación del aire de origen doméstico y urbano y su impacto en la salud. La OMS incluyó la lucha contra la contaminación del aire como una de las cinco grandes prioridades mundiales para el período 2019-2023. Es hora de actuar.
(*) Representante en Argentina de la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud (OPS/OMS).