Por Dra. Rosa Estevan (*)
El consumo de tabaco es la principal causa evitable de enfermedad y muerte en el mundo. Cada año mata a más de 7 millones de personas, de las que más de 6 millones son consumidoras del producto y alrededor de 890.000 son no fumadoras expuestas al humo de tabaco ajeno (OMS). Se estima que la mitad de los fumadores mueren de alguna enfermedad relacionada al consumo de tabaco y que viven en promedio 10-15 años menos que los no fumadores.
En Argentina, según la 4ta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo (ENFR 2018), la prevalencia de consumo de tabaco continúa su tendencia descendente desde 2005, evidenciándose una reducción al 25% desde entonces. Asimismo, disminuyó significativamente respecto de la 3ra edición de la ENFR (2013), alcanzando ahora al 22,2% de la población. La difusión de estos números, en conjunto con campañas de concientización sobre consumo y enfermedades relacionadas generan una creciente tendencia de la población en general a considerar al tabaquismo como una enfermedad.
Este reciente escenario ha impulsado a las tabacaleras a diseñar nuevas formas de consumo más atractivas. Han surgido así diferentes dispositivos que, de acuerdo con las publicidades de las mismas tabacaleras en su intento de imponerlos afirman -sin ninguna evidencia científica que lo respalde- ayudan a dejar de fumar, son más seguros que el cigarrillo tradicional y no generan adicción.
Estos nuevos dispositivos de consumo preocupan a toda la comunidad médica, convencida de que su comercialización afectará a jóvenes y adultos, manteniendo un alto consumo de nicotina y perjudicando la conciencia social que indica que dejar de fumar es la mejor decisión para la salud individual y pública. Si bien es cierto que estos dispositivos pueden tener niveles menores de algunos tóxicos también tienen niveles mayores de otros.
El cambio en el consumo no es sinónimo de reducción de daño. Los dos dispositivos que ganaron mayor popularidad en este último tiempo son el cigarrillo electrónico o vapeador, que vehiculiza diferentes sustancias para ser inhaladas con una solución líquida que al calentarse produce un vapor, y el IQOS (I Quit Ordinary Smoking), que calienta en seco una preparación sólida de tabaco a una temperatura próxima a 350°C y no genera combustión sino una degradación térmica del tabaco que no llega a producir llama.
En el caso del cigarrillo electrónico la solución líquida está compuesta por nicotina, saborizantes y otros químicos, que al calentarse no solo generan aerosoles de nicotina sino otros productos que resultan tóxicos o peligrosos para la salud (carcinógenos). Además, se trata de un producto más accesible y agradable para jóvenes que se ven atraídos por la novedad, la posibilidad de probar diferentes sabores (tabaco, frutas, chicle, café, menta, etc.) y la creencia de que se trata de algo mucho menos dañino que el cigarrillo convencional y casi inocuo, cuando no es así.
Al referirnos al IQOS es cierto que al no haber combustión los niveles de monóxido de carbono son menores, pero está comprobado que otros productos aumentan, como el acenafteno, un hidrocarburo aromático policíclico que es cancerígeno y se encontró en el humo del IQOS en una concentración sensiblemente superior (más del doble) a la encontrada en el humo de los cigarrillos convencionales. Similar a la propuesta promocional del cigarrillo electrónico, presenta un diseño moderno y atractivo que se comercializa en diferentes colores y muestra gran similitud a los más modernos smartphones.
Estos productos no son útiles para dejar de fumar y no deberían ser recomendados para ese fin. En la mayoría de los casos contienen iguales niveles de nicotina que los cigarrillos convencionales, de manera que son capaces de producir iguales niveles de adicción. La mejor intervención para la salud de los fumadores es alentarlos a dejar de fumar con estrategias de evidencia científica comprobada.
Alertar a nuestra población sobre el daño que generan estas otras formas de consumo y diseñar políticas que contemplen estas nuevas modalidades de tabaquismo, contribuyen a mejorar el futuro de nuestra población, su calidad de vida y disminuir el impacto negativo de esta epidemia.
(*) Coordinadora de la Sección Tabaquismo y Epidemiología de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria.