CLG visitó Sastrería Caliotti, un histórico comercio de la ciudad ubicado en la esquina de Pellegrini y Maipú y dialogó con Alberto y Leonardo, herederos de un oficio muy especial
- Por Matías Gregorio
Pasión para no bajar los brazos, vocación para realizar el oficio con excelencia y valores para atender bien al público. Esas son algunas de las claves por las cuáles la Sastería Caliotti, ubicada en la esquina de Pellegrini y Maipú, sigue vistiendo a la ciudad 77 años después de abrir por primera vez sus puertas.
El local comercial pasó por muy buenos momentos y también por algunos malos, pero ha sobrevivido a todos, siendo una marca distintiva de Rosario. Sus trajes, de reconocida popularidad, fueron vestidos por personajes ilustres de la provincia y el país. Las anécdotas son miles. Las composturas y los tejidos también.
«Su traje viejo y antiguo quedará nuevo y moderno. Transformamos trajes cruzados a derechos», decía la publicidad que anunciaba la reinauguración de la sastrería Caliotti en la década del cuarenta. Es que el oficio del sastre fue muy popular en los inicios del siglo XX, cuando inevitablemente para estar bien vestido había que portar un saco, un pantalón y zapatos.
Si bien hoy es menos frecuente encontrar jóvenes que usen trajes a medida, salvo para casamientos y profesiones específicas, continúa siendo un atuendo distinguido para los que aprecian la elegancia. Además, el negocio se fue ampliando a otras ramas.
Tijeras, cámaras fotográficas, radios, relojes y planchas antiguas marcan el estilo de la sastrería, lo que da cuenta de la experiencia de una familia ligada al buen vestir. CLG visitó el local y charló con Alberto y Leonardo Caliotti, quienes heredaron el oficio de Salvador, el creador de una historia que sigue en pie y no piensa poner punto final.
«En el año 1928, mi nono, que era siciliano y albañil, alquiló esta esquina que era un conventillo y comenzó a sub alquilar las habitaciones. Era un hombre bastante carente de salud, por lo que el sostén de la familia era mi padre, Salvador, que recién tenía 17 años pero ya había adquirido el oficio completo de sastre», comenzó narrando Alberto, de 76 años. Y siguió: «En una ventana por calle Maipú, mi padre le hacía ropa a sastrerías muy grandes que había en Rosario, como La Favorita, o Casa Angelini. Con el tiempo fue incrementándose el trabajo y un día puso un aviso buscando una operaria con experiencia. Allí apareció una mujer muy linda, con una capacidad enorme de trabajo, que con el tiempo terminó siendo mi madre, Celia».
«Pasaron algunos años y en 1942, mi madre le propuso dejar de trabajar para otros negocios e iniciar el negocio por cuenta propia». De esta manera, el 5 de abril de ese año, nacía la Sastrería Caliotti.
Como en esa época se trabajaba mucho, Salvador decidió abrir en 1947 dos sucursales en Buenos Aires, una en Mar del Plata y otra en Santa Fe, pero los tiempos de la comunicación eran otros: «Para establecer una diálogo telefónico había que buscar la operadora y pasaban cuatro o cinco horas hasta poder concretar una llamada. Al hacerse complicado controlar los negocios, optó por cerrar todo y dedicarse exclusivamente al local de Rosario», explicó.
El paso del tiempo dejó muchas marcas en los Caliotti, quienes tuvieron que irse adaptando a los cambios sociales y culturales: «Tuvimos épocas muy buenas y épocas muy difíciles, pero afortunadamente se han ido sorteando todos los problemas. Actualmente, ya no nos dedicamos exclusivamente a la compostura de trajes, lo que siempre fue nuestro fuerte. Ahora también vendemos ropa de confección o participamos en licitaciones. El negocio se fue ampliando y superando todos los avatares de los últimos años que han sido muy duros, pero seguimos con ganas de luchar y no de bajar los brazos nunca», sostuvo Alberto, quien trabaja desde hace 56 años en el local, 40 de ellos al lado de su padre, y sigue pasando 9 horas diarias en la esquina céntrica.
Leonardo, por su parte, incursiona en el oficio del sastre desde hace 20 años. Fue tomando la posta del local y aprendiendo al lado de su padre, Alberto, continuando el legado familiar: «Dentro del mismo rubro nos fuimos ampliando y aggiornando, porque si nos quedábamos con lo que hacíamos 30 años atrás el negocio tendría que bajar las persianas. Hoy somos proveedores de todo lo que es grupo Oroño, como así también de la Caja de Ingenieros. Son cosas que nos gustan, es una manera más de brindarle servicios a la gente. Los atendemos bastante personalizadamente: vamos allá, tomamos los talles y les llevamos la mercadería».
El comerciante de 46 años contó que ellos mismos tienen un fabricante de telas para abaratar los costos al máximo: «No es para tener ganancias mayores sino para poder seguir estando primeros en la lista de proveedores de indumentaria».
Realizar un traje a medida consiste en ciertos pasos, que fueron detallados por Alberto: «Se comienza cuando el cliente viene, elige una prenda, se toman las medidas, se hace el trazado, se corta, se hace una prueba y después ya se va adaptando al cuerpo. Demanda su tiempo, sobre todo porque está muy difícil conseguir la mano de obra».
«40 años atrás había sastres en los pueblos, en todos lados, pero fueron cerrando las escuelas de sastre y la tarea fue desapareciendo. Hoy conseguir mano de obra calificada cuesta mucho», fundamentó, al tiempo que Leonardo aportó: «La mejor mano de obra de Rosario la tenemos nosotros y nunca nos pasó que nos roben un operario, porque se les paga muy bien. La mejor manera de retenerlos en un muy buen trato y un buen ingreso».
En cuanto al funcionamiento diario de la sastrería, señalaron que no hay gente en relación de dependencia, sino que trabajan a pedido desde sus hogares. «Les damos un trabajo y ellos nos lo entregan terminado, somos alrededor de 15 personas», expresaron.
Con 77 años confeccionando trajes siempre en el mismo lugar, las historias que acumulan son incontables. Pero Alberto se tomó unos minutos para llevarles a los lectores una muy especial: «En 1964 había en el país un programa muy importante de televisión, se llamaba «La Campana de Cristal», bajo la dirección de Augusto Bonardo. Ese programa consistía en que se buscaban a tres personas o entidades que en el término de una hora tenían que realizar tres tareas distintas. Si eso se cumplía, la persona ganadora se llevaba un premio de una cantidad de dinero que debía ser donarlo a la entidad por la cual se concursaba ese día. Le habían pedido a mi padre si se animaba a hacer un traje en una hora, cosa totalmente imposible. En primer lugar dijo que no, pero como siempre le gustaron los desafíos, lo intentó hacer, con la ayuda de mi madre. Empezaron a practicar. Primero demoraban cuatro, tres o dos horas, hasta que cuando estuvo en condiciones se realizó el programa en el Club Provincial. En ese momento no existían los canales de cable, por lo que lo vio medio país».
«Se logró hacer un traje con algunos trucos», dijo entre risas Leonardo, y lo explicó Alberto: «Como la televisión era en blanco y negro, mi padre ya tenía trazado muy livianamente el traje. Eligió una persona de cuerpo chico, Ángel Baratucci, un jockey argentino que todavía ostenta un récord. Le tomó las medidas en público y se puso a trazar lo que ya tenía dibujado muy suavemente. Cuando armó el traje no le puso los bolsillos, porque lleva mucho tiempo y tampoco le hizo los pasacintos, fue una cosa rápida. Se cumplió con la tarea y el programa le entregó a mi padre un dinero importante para donar al Hospital de Niños Víctor J. Vilela. Y a la vez, dada la repercusión que tuvo, decidió donar el mismo monto al hospital con fondos del negocio. Y Ángel Baratucci hizo lo mismo, entregando dinero de su parte. Eso tuvo una repercusión enorme en Rosario durante muchísimos años. Todavía vienen algunos clientes grandes que recuerdan ese episodio. Nos llamaban de afuera, de todos lados».
Leonardo también contó que Salvador recibió llamados de la competencia insultándolo y argumentado que lo sucedido «era mentira», ya que no se podía hacer una traje en esa cantidad de tiempo. «Se logró y tenía un cometido importante que era la recaudación de dinero para el Hospital de Niños», dijo Alberto cerrando la anécdota.
Entre tantas confecciones, por las puertas del comercio desfilaron todo tipo de personas: «Hemos tenido como clientes a empresarios muy importantes, también a sindicalistas y a políticos de todo nivel: desde gobernadores hasta intendentes. Y a nivel nacional también, se le ha hecho ropa al cantante Alberto Castillo, al animador de radio y televisión Juan Carlos «Pinocho» Mareco, al periodista y locutor Augusto Bonardo y al músico Edmundo Rivero. Es decir, personalidades muy destacadas».
Los Caliotti comentaron que tienen una clientela «muy amplia», con personas que pueden llegar en el último Mercedes-Benz o en bicicleta, pero remarcaron que a todos los atienden por igual. «Muchas veces la gente nos destaca que ni bien entran les decimos ‘ya estamos con usted’ o ‘aguarde un minuto’, porque no hacemos lo que está sucediendo en muchos locales donde a uno lo ignoran», manifestó Alberto.
«El principal capital que tenemos es la honestidad comercial. Muchas veces viene gente por un trabajo que sabemos que no va a quedar bien, y más allá de la insistencia del cliente, no lo tomamos. Y a veces se van molestos o disconformes, pero es una manera de cuidar el negocio», señaló Leonardo.
Salvador falleció en el 2003, cuando tenía 92 años, y fue sepultado un lunes al mediodía. «Cuando salimos del cementerio, un amigo me dijo ‘bueno, tomate uno o dos días de descanso y arranquen’. A lo que respondí: ‘No tengo que tomar descanso, vamos a arrancar ya’, y le comenté a Leonardo: ‘Hijo, tenemos una mochila muy grande, un nombre y un capital muy importante que lo tenemos que cuidar con todo y luchar más que nunca'».
Desde ahí, y como en toda su historia, nunca cedieron ante las adversidades y le siguen dedicando sus vidas a la sastrería: «Para nosotros es un orgullo enorme poder seguir el legado familiar. En Rosario no debe haber muchos casos y en Argentina tampoco de locales unifamilares, sin ayuda de capitales externos, que llevan 77 años con las puertas abiertas», señaló Leonardo, aunque remarcó que se les hace cada día más difícil «mantener la calidad», porque las cosas «se resuelven más rápido» y «la gente en lugar de comprar un buen traje compra uno que es prácticamente descartable».
«Cuando me casé en 1966 fui a un negocio a comprarme electrodomésticos para el hogar. Como lo quería sacar a crédito, me pidieron solicitante y garante, y a mi nunca me gustó molestar a nadie con una garantía. Entonces me preguntaron a qué me dedicaba y respondí que trabajaba en la sastrería Caliotti. ‘Ah, bueno, entonces a sola firma llévese lo que usted quiera’, me dijeron. He tenido muchas situaciones de esas. Es un orgullo muy grande saber que tenemos un buen nombre. Sería una mentira decir que nunca nos equivocamos, pero jamás nadie va a poder decir nada de Salvador, Alberto o Leonardo Caliotti. Somos personas de bien, trabajadores», narró con emoción Alberto.
Y concluyó: «Tenemos una mochila de cuidar un buen nombre, pero además de eso, lo principal es que amamos profundamente lo que hacemos. Nos gusta el oficio y el tratar con la gente».