El papa Francisco llegó este domingo a Bulgaria, primera etapa de un viaje de tres días que culminará el martes en Macedonia, una visita que suscita entusiasmo en el gobierno búlgaro y desconfianza en la Iglesia ortodoxa nacional.
El papa llegó poco antes de las 10 (hora local) al aeropuerto de Sofía, donde fue recibido por el primer ministro búlgaro Boiko Borissov.
El Ejecutivo búlgaro celebra «la gran publicidad» que ofrece la visita del papa Francisco a este expaís comunista, miembro de la Unión Europea (UE) desde 2007.
Sin embargo, el alegato por la unidad de los cristianos choca con la desconfianza e, incluso, la hostilidad de los líderes de la Iglesia ortodoxa nacional.
Para Boiko Borisov, un conservador que lleva en el poder desde hace casi 10 años ininterrumpidos, la presencia del papa en Bulgaria y después en Macedonia, dos países de mayoría ortodoxa, permitirá «atraer la atención sobre el desarrollo pacífico» de la región de los Balcanes.
La visita del pontífice se presenta como un respiro para su gobierno, golpeado desde hace semanas por una serie de escándalos inmobiliarios que afectan a responsables de la mayoría.
La lucha contra la corrupción es uno de los talones de Aquiles de Bulgaria, el país con menor nivel de vida de la UE. Se trata también de uno de los caballos de batalla del papa argentino.
La defensa de Francisco de la acogida de refugiados podría sonar también como una llamada de atención a las autoridades búlgaras, que fueron señaladas en varias ocasiones por el trato que dan a los solicitantes de asilo.
Tres días antes de su llegada, el papa criticó «el nacionalismo conflictivo que construye muros, e incluso racismo».
«La forma en la que una nación acoge a los migrantes revela su visión de la dignidad humana», insistió el jueves en el Vaticano.
Su programa incluye una visita, el lunes, a un centro de acogida de la periferia de Sofía para saludar a refugiados.
En abril de 2018, el Consejo de Europa expresó su preocupación por la ausencia de voluntad de los municipios búlgaros de integrar a familias de refugiados de Medio Oriente y la actitud «generalmente negativa de la opinión pública» en este sentido.
El partido conservador de Boiko Borisov gobierna desde 2017 con formaciones nacionalistas, cuyos representantes «recurren a los discursos de odio y a comportamientos agresivos contra los grupos más vulnerables de la sociedad para aprovechar los miedos de la población», lamenta el primer informe de la rama búlgara de la oenegé Comité de Helsinki.
Tras los habituales encuentros con el primer ministro y con el jefe de Estado Roumen Radev, cercano a la oposición socialista, Francisco pronunciará su primer discurso ante las autoridades políticas y civiles del país.
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Solo en la catedral ortodoxa
Después será recibido en la sede del Patriarcado de la Iglesia ortodoxa búlgara. La acogida se prevé cordial, pero limitada a lo estrictamente necesario: la dirección de la Iglesia ortodoxa rechazó por unanimidad cualquier servicio religioso o de oración junto al líder de 1.300 millones de católicos.
Así, el papa rezará en soledad a mediodía en la catedral ortodoxa de Alejandro Nevski, el principal monumento de Sofía, ante el trono de los santos Cirilo y Metodio, dos hermanos venerados por haber evangelizado a los eslavos en el siglo IX.
Los ortodoxos tampoco acudirán a un encuentro interreligioso «por la paz» el lunes, y solo enviarán a un coro infantil. En cambio estará presente el imán o el muftí de Sofía, según una fuente de Vaticano.
«Soy cristiana ortodoxa, pero admiro la apertura y la sensibilidad del papa. ¿Por qué apegarse a dogmas de la Edad Media? No hay más que un Dios», consideró Dora Kraytcheva, de 48 años.
Un 82,6% de los búlgaros se declaran ortodoxos, un 12%, musulmanes y 0,6% católicos, esto es, 44.000 personas de los 7 millones de habitantes.
En Bulgaria, país visitado por Juan Pablo II en 2002, el lema del viaje papal es «Paz en la Tierra» y se inspira en la célebre encíclica del papa Juan XXIII, quien fue nuncio en ese país.
La primera jornada del papa en Bulgaria terminará con una misa para los católicos de Sofía, una de las minúsculas comunidades de la periferia católica de Europa a las que Francisco quiere respaldar.