Por Diego Añaños
Se suele decir que seis meses el tiempo que demanda que un cambio de reglas de política monetaria impacten en la realidad económica. Dado que Guido Sandleris hace exactamente seis meses que asumió, parece momento oportuno para hacer una primera evaluación de su gestión a partir, claro, de los objetivos que él mismo se fijó.
Sandleris asume en medio de una crisis irresuelta, en la cual tres variables fundamentales se encontraban desbocadas: el tipo de cambio, la inflación y la tasa de referencia de política monetaria. Haciendo un mea culpa de los “errores” cometidos, el nuevo presidente anunció el abandono del programa de metas de inflación, y su sustitución por uno de control de los agregados monetarios. Simplificando, y para hacer un poco menos críptica la economía, digamos que se apuntaba a eliminar pesos de la circulación a través de un control estricto del ritmo de crecimiento de la cantidad de dinero en la economía. La conjetura de trabajo era que, si había menos pesos en la calle, bajaría la presión sobre el tipo de cambio y sobre la inflación. Veamos, entonces, cuáles fueron los efectos de ésta decisión:
En primer lugar se observa la profundización del proceso recesivo que ya estaba en ciernes al momento del cambio de autoridades del BCRA. El nivel general de actividad económica se ha resentido notablemente. El último dato disponible, y de acuerdo a las estimaciones del Centro de Estudios Económicos que preside Orlando Ferreres, estima que la caída de la actividad en febrero fue del 5,1%, y acumula un 5,7% en el año. La industria manufacturera en particular, muestra una caída de un 9,2% con respecto a febrero de 2018. También se registra una fuerte caída del consumo, fruto de que las negociaciones paritarias han estado muy por debajo del ritmo de crecimiento del índice general de precios. Los profundos recortes en los Gastos del Estado, impuestos por el FMI, sólo empeoran las cosas. Las consecuencias directas se perciben en el marcado deterioro de las condiciones del mercado de trabajo (del que el índice de desocupación es sólo una variable), y en la profundización de las condiciones sociales de exclusión (del que el índice de pobreza es, también, sólo una de las variables a considerar).
La política de tasas astronómicas se planteó siempre como un tratamiento de choque, no como una herramienta de largo plazo. En términos prácticos: puedo sumergir un paciente con una fiebre extremadamente elevada y resistente a los antitérmicos en un bañadera con agua con hielo durante algunos minutos. Probablemente el efecto mecánico sea una baja sensible en la temperatura corporal. Ahora, si lo dejo 2 horas, lo más probable es que ponga en peligro su vida. Como decía Paracelso: “Todo es veneno, nada es veneno, la diferencia está en la dosis”. Los efectos recesivos de mediano plazo de una política de altísimas tasas son evidentes, y seis meses parece un período excesivo. A comienzos de 2019 se intentó morigerar el nivel de las tasas, pero encerrado, por sus propias decisiones y por el corset impuesto por el FMI, el Central tuvo que volver a foja cero . En efecto, hoy la tasa del BCRA tiene el mismo nivel que el día que asumió Sandleris. Seis meses de gestión, cero cambio.
Controlar la inflación es el objetivo fundamental de la autoridad monetaria. De acuerdo al REM (Relevamiento de Expectativas de Mercado) que difunde mensualmente el BCRA, en octubre de 2018, a pocos días de asumido el nuevo presidente, las expectativas de inflación estaban en 30,6%. Según el registro de febrero, que es el último dato disponible y se tomó antes de la última corrida cambiaria, las expectativas se situaban en 29%. Más allá de los pronósticos, la inflación registró una aceleración en los dos primeros meses del año. Según datos del Indec fue de 2,9% en enero, 3,8% en febrero, lo cual nos da una inflación anualizada de 51,3%. En función de los datos preliminares nada hace esperar que el dato de marzo esté muy lejos del 4%, y abril otro tanto. Hoy las consultoras más importantes trabajan con una hipótesis de un PISO de entre 35% y 40% para 2019, lo cual hace cada vez más probable que un escenario similar a 2018 sea perfectamente conjeturable. No caben dudas que, ante una complejización del escenario, lo cual es altamente probable, los números puedan ser aún peores. La gestión Sandleris viene perdiendo claramente su partido por el control de la inflación.
La preocupación por el tipo de cambio forma parte de la historia económica argentina. Como explicábamos en el artículo anterior, hay razones de largo plazo, referidas a la estructura económica vernácula, que hacen que las tensiones cambiarias estén siempre latente, y tiendan a expresarse de manera recurrente. La lucha contra la inflación, demanda de una operación en pinzas orientada a controlar el tipo de cambio, ya que los movimientos macro de ambas variables se retroalimentan. Sube el tipo de cambio, suben los precios, eso tironea al tipo de cambio, etc. Cada vez que alguna de las dos se mueve, la otra la acompaña. Se suponía que la política de altas tasas le iba a quitar presión al dólar, ya que ofrecía un fuerte incentivo a los agentes económicos a permanecer en pesos. Sin embargo nada de eso ocurrió. La inestabilidad cambiaria permanece, mientras que las condiciones económicas internas y externas se han complicado. En síntesis, tampoco se ha conseguido el objetivo de controlar al al dólar.
Como vemos, y más allá de las consignas, ninguno de los objetivos que se propuso la nueva dirección del BCRA hace seis meses se cumplió. De hecho la situación ha empeorado sensiblemente en términos generales. Macri se ha mostrado desde siempre muy renuente a que sus colaboradores cumplan con la función de fusibles. Si continúa sosteniendo a los artífices del programa monetario, se expone a ser considerado el responsable del fracaso, y eso es algo que normalmente se trata de evitar.