Completar la jubilación percibida y mantener esa vitalidad peculiar es lo que busca Juan Parrotti cada mañana al montar su bicicleta para salir a trabajar de la profesión de todo su vida
Por Gonzalo Santamaría
Las redes sociales saben proporcionar una infinita cantidad de imágenes, datos e información. Vagando por Facebook, emerge la foto de Juan Enrique Parrotti, un jubilado rosarino que recorre las calles con su bicicleta y su profesión. A sus 74 años sigue trabajando de plomero con la misma energía que hace 47 años atrás cuando comenzó en la actividad. “Un chico me paró en la calle y la subió”, manifestó sorprendido.
El adulto mayor acostumbrado a armar su “clientela” por recomendaciones afirmó que tras la publicación recibió llamados nuevos. “Siempre fui plomero, nunca paré”, explicó Parrotti con una sonrisa natural.
En el final de su jornada laboral, CLG dialogó con el experimentado plomero que con gran vitalidad esbozó: “Salgo a laburar siempre gracias a Dios, algunos días más, otros menos pero siempre hay”, aunque no le escapa a la “situación general”: “A mí me llaman todos laburantes, con los aumentos de tarifas la gente está ajustada”.
La actividad, según Juan, viene en caída en los últimos cinco años pero últimamente cayó “bastante”, hay días que consigue tareas y otros que no tiene llamados. “No es fijo”, lanzó.
Clientes en zona sur y centro copan su cartera, finaliza su jornada laboral a las 14 para luego ir al centro de la ciudad, donde por la tarde visita bares y se junta con “los muchachos”.
“¿Por qué sigue trabajando?”, fue una de las primeras preguntas de CLG. Y con mucha sencillez el hombre de 74 años respondió: “Para no estar al ‘pepe’ y que no te ande la cabeza y otra es porque la jubilación no te alcanza. Algo más para mantener un ritmo o darte algún gusto”. Además agregó que la mitad de la jubilación mínima que percibe se destina a pagar impuestos y servicios.
Su labor está íntegramente relacionada con la actualidad del país, “si no aumentan los sueldos la gente no tiene. Los repuestos subieron mucho”, esgrimió el plomero y ya como jubilado sintetizó: “Las jubilaciones están prácticamente muertas, necesitas 40 mil pesos como mínimo para estar tranquilo”.
Se autodefinió como un “ex adicto” al trabajo: “Ahora aflojé, sólo hago lo necesario” y además de una necesidad económica sostiene que sigue en el ruedo para que la cabeza no empiece a “trabajar” y lleguen los “achaques”. “Laburando pasa el tiempo y no se siente tanto”, sentenció.
“Mientras el cuerpo aguante le damos para adelante, es la única forma de estar tranquilo” agregó con una sonrisa en su cara iluminada por sus ojos azules.
No se imagina una vida sin su profesión, advierte que lo ayuda y la siente como una “compañera”. Primero ayudante, luego cuando “se largó” solo no olvidará nunca de su primer día: Laprida y San Juan, cloaca tapada y Juan Parrotti a la acción. “En las casas antiguas las cloacas son abovedadas”, comenzó el relato Juan. “No encontré los caños para meter los cables y me tuve que meter”, se interrumpió solo por una carcajada para finalizar: “Estaba nadando entre los desperdicios. Ese fue mi bautismo”.
-¿Qué busca de todo esto?
-«Tranquilidad, como ahora»
Junto a la mesa del bar en el que descansaba el jubilado trabajador se encontraba su transporte, una bicicleta perfectamente equipada para solucionar todos aquellos problemas que tengan un caño y agua de por medio: “Siempre salgo en bicicleta”, contó. Tener un auto nunca lo “convenció”: estacionamiento, cochera, la movilidad por el centro y todos los gastos que contrae, no lo ve como útil, “minutos más, minutos menos” desliza y levanta los hombros sacándose de encima el andar apurado del día.
“Además”, reveló, “es una gran ayuda. Me mantiene en estado”. Juan Parrotti, de la vieja escuela, no anda por bicisendas: “Es un peligro para mí, los coches doblan sin fijarse, por la derecha vas tranquilo”. Él mismo repara los arreglos menores de su transporte y sostiene: “Si se me rompe, saldré caminando. Ya lo he hecho”.
Padre de dos hijos, abuelo de cuatro nietos, la familia de Parrotti ya está habituada a ver al jubilado trabajar. Aseguró que está acostumbrado, parará cuando el cuerpo se lo pida y, siempre con una mueca, fue muy claro: “Uno trata de mantener la vitalidad. No me dejo caer, vayan bien o mal las cosas vos siempre tenés que ir para adelante. Mientras la mente te responda, vos lo dominas al cuerpo. Eso me lo enseñó mi viejo que nunca se quedaba quieto y lo tuve como ejemplo”.
Desde el Barrio Roque Sáenz Peña pedalea todos los días para ir a sus actividades diarias, como lo hace desde sus 13 años ya sea en una fábrica de bobinados, Acindar o siendo camarero. Esta última actividad la practicó al mismo tiempo que la plomería, pues fue mozo durante 25 años.
La Vieja Capital, el mítico bar Wembley y el histórico Sunderland, entre otros, vieron al plomero levantar la bandeja: “Es otro tipo de trabajo, un poco más limpio”, frena para reír nuevamente y rápidamente vuelve a su idea, “tenés entrada de dinero todos los días, en la plomería hoy sí, mañana no sabés”.
“También tengo una siendo mozo”, recordó y comenzó su narración: “En los bares pasaban semanas sin tocar la cama, en la Vieja Capital saqué la mano de la bandeja”, ahora contuvo su risa y remató: “Me quedé dormido caminando, hice un desparramo, hasta el día de hoy no sé lo que pasó”. “Chapulín”, como lo apodaron en los bares ya que reconocían su practicidad para solucionar problemas, contó que llegaba, gracias a su adición por el quehacer, a realizar tres turnos de corrido.
“Si vos te querés dar los gustos…”, aclaró el señor de 74 años. Cuatro cigarrillos por día, la misma cantidad de cafés y dos vasos de vinos diarios son algunos de esos placeres y pone al “buen comer” en un lugar de privilegio. Sin embargo, come una sola vez al día y como era de esperarse la conducta la adoptó gracias al trabajo: “No puedo comer al mediodía porque me ‘achancha’”. Cena, se relaja y se acuesta cerca de la medianoche para luego volver a la calle al día siguiente.
-¿Cómo hace para salir a pedalear y trabajar todos los días con 74 años?
-«No lo sé, no tengo secretos».
Con casi tres cuartos de siglo, Juan Enrique Parrotti transita las calles de Rosario para obtener ese extra que permita completar los gastos que una jubilación mínima no cumple, asimismo se mantiene activo y lo utiliza para conservar la vitalidad en un hombre que parece que no deja nunca de sonreír.