Prudentes, silenciosos, perspicaces, misteriosos, se hicieron ovillo protegido en las faldas de príncipes y faraones. Borges, Cortázar y tantos otros genios, le cantaron en inolvidables poemas. Baudelaire, el gran Baudelaire, les ofrendó inolvidables versos como ese que dice: “Los amantes fervorosos y los sabios austeros / gustan por igual, en su madurez, / de los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa, / que como ellos son friolentos y como ellos sedentarios. / amigos de la ciencia y de la voluptuosidad, / buscan el silencio y el horror de las tinieblas…”.
Sobre la paleta de Dalí quedaron los dedos marcados de “Babou” y en el corazón del gran artista el surrealismo perenne de esa encantadora criatura.
Sí, son ellos, los gatos, felinos que en escala pequeña y doméstica, conservan las formas armoniosas de los grandes, de esos que peregrinan las selvas y sabanas que aún quedan en un planeta diezmado por algunos hombres. Independientes y valerosos, andan por las sombras de la noche y se les cuenta entre sus hazañas haber vencido la soledad, ese peso que abruma a ciertos racionales y que se aliviana con el ronroneo del amigo prodigioso.
Algunos dicen que son capaces de ver a los espíritus, que perciben las formas y actitudes de los hados. Otros, sostienen que absorben las energías dañinas del infierno, que resuelven los enigmas sobrenaturales que atentan contra el destino humano. Los egipcios los adoraron y hasta se atrevieron a perder batallas cuando sus enemigos los usaron cruelmente como escudos. Todo por la vida del gato, lo sagrado.
Perfectas formas en misteriosos fondos, sus miradas son el reflejo de una dimensión vedada para el hombre. Prudentes, silenciosos, perspicaces, son los gatos dueños de una inteligencia a menudo incomprendida, dadores de una amistad que es sagrada, pero no para todos.