La relación entre el trabajo y las nuevas tecnologías siempre ha sido compleja ya que cada avance tecnológico tiene la potencialidad de redefinir los mecanismos de empleo.
Por Martín Fiódor
Esta semana se aprobó la plataforma Uber en Mar del Plata, lo que generó un importante descontento entre los peones de Taxi y su sindicato. Estos servicios que se suman a las plataformas Rappi, OGlovo o PedidoYa no sólo son fuente importante de empleo precarizado sino que además están redefiniendo la forma clásica de entender el capitalismo.
Aparentemente estamos transitando un proceso que muchos denominan “Capitalismo de Plataforma” (más vulgarmente llamado “economía uberizada”) vinculada fundamentalmente a la economía del sector de servicios. Esta plataforma se presenta como novedosa, y lo es, pero para los empresarios excluyentemente. La relación entre el trabajo y las nuevas tecnologías siempre ha sido compleja ya que cada avance tecnológico tiene la potencialidad de redefinir los mecanismos de empleo. Por ejemplo el sector industrial ha perdido su condición de empleador masivo de mano obra hace ya tiempo, en particular en nuestro país, la rama de servicios viene ocupando ese rol desde hace unos 40 años. Un factor importante en este proceso (no el único) ha sido la incorporación de la tecnología en la industria, que hizo que los trabajos automatizados ya no sean realizados por seres humanos sino por máquinas.
Si bien esto último es un fenómeno más propio de las economías desarrolladas (aquí la pérdida del trabajo industrial estuvo más vinculada al proceso de desindustrialización neoliberal iniciado en la década del ’70) funcionó bajo una forma de explotación bastante exitosa que, utilizando un marxismo “de Billiken”, podría resumirse así: el capitalista provee de los medios para la producción (fábrica y materias primas fundamentalmente) al obrero y éste por su parte provee su fuerza de trabajo. Como resultado de ese intercambio el obrero recibe un salario que le permite mantenerse a sí mismo y a su eventual familia (en condiciones variables de subsistencia) mientras que el capitalista se queda con lo producido por el obrero. Esta ha sido la relación social fundante del capitalismo como sistema.
Ahora bien, el “capitalismo de plataforma” se nos muestra como innovación cuando en términos de relación social es una regresión. En la relación social recién mencionada para que el capitalista pueda hacer uso de la fuerza de trabajo debía proveer a su trabajador, además del salario (que pagaba en concepto del uso de la fuerza de trabajo del obrero), los medios para la producción, esto eran las herramientas, la infraestructura, la materia prima, es decir, todo lo necesario para que el obrero pueda producir.
Ahora, dentro de este capitalismo informatizado, el empresario sólo paga el valor de uso de la fuerza de trabajo de sus trabajadores (de forma mísera por cierto). Por lo demás, sólo tiene que encargarse de la gestión de un aplicativo virtual que le permite tener ganancias a costa de otros comercios que funcionan sí, con las normas y riesgos del capitalismo tradicional (bares, rotiserías, kioscos, farmacias, etc.).
Aplicaciones como Rappi , OGlovo o PedidoYa tienen mecanismos de contratación que son enormemente abusivos para el trabajador y que a diferencia de los ya existentes mecanismos de explotación del área de servicios (como los call centers por ejemplo en donde el headset y computadora son provistos por la empresa), cuentan con la desventaja de que la bicicleta (que es la herramienta fundamental para la realización del trabajo) la pone el propio trabajador, así como también el costo por reparaciones y desgaste de la misma (en Rappi ni siquiera te dan la caja para llevar los pedidos, los empleados la tienen que alquilar y cualquier daño a la caja debe ser pagado por el empleado). Lo mismo sucede con Uber, en donde uno pone su propio automóvil al servicio de una empresa que sólo recibe dinero del pago de la licencia que hace cada usuario.
Estamos en presencia de una violación fundamental de un, digámosle “consenso”, sobre el que se montó el propio capitalismo para fundamentar una ya abusiva explotación. Como sintetizó un periodista hace poco luego de trabajar durante 10 días en una empresa de las mencionadas: “El Siglo XXI a mano de las empresas, los trabajadores anclados en el Siglo XIX” .
Por su parte, todo sistema de explotación tiene también un discurso que lo legitima en el plano cultural. Google y toda la industria de Silicon Valley ha implementado un nuevo modelo de gestión al cual amablemente se lo denomina como “Modelo de Gestión por Resultados”. Su lógica es fundamentalmente prescindir del patrón tiempo como mecanismo regulador de la jornada de trabajo y reemplazarlo por un programa de metas y objetivos a cumplir por los sujetos que se desempeñan en la empresa. Así que uno puede ir a trabajar cuando quiera en la medida que cumpla con los objetivos y metas propuestas. Hasta acá parece genial.
La modalidad adquirió fama cuando Google abrió las puertas de sus empresas para que el mundo vea en las condiciones excelentes en las que trabajaban sus empleados, una especie de “All Inclusive” preparado para que sus empleados básicamente vivan allí. Es decir, en Google no hay jornada de 8 horas porque se pretende que sus empleados estén operativos las 24 horas del día, las metas que se proponen son ambiciosas y requieren un esfuerzo cotidiano de sus empleados que no puede sintetizarse en jornadas laborales que cumplan con los requisitos de la Organización Internacional del Trabajo. Obviamente sus empleados cobran en consecuencia, todos ellos son ricos, pero viven para la empresa. Sería bueno preguntarles en qué momento disfrutan el dinero que ganan.
Pero dejemos a Google en paz, porque hoy miles de empresas pretenden replicar el modelo de gestión por resultados pero sin la inversión que hace Google para mantener a sus empleados contentos a pesar de las largas jornadas laborales. Empresas como Uber o las de delivery antes mencionadas, al igual que Google, no obligan al empleado a trabajar un mínimo de horas tal como se entendía en los mecanismos de empleo clásico. Ni 4, ni 6, ni 8, ni 12, ni nada. Trabajarás lo que se te antoje, cobrarás lo que se te antoje. Por eso todas estas empresas repiten a sus empleados el falaz concepto de “sé tu propio jefe”, asociando a la figura del Jefe como aquel que no está regulado por el implacable y regulador cronómetro de una jornada laboral. Libertad absoluta (¿?).
Marx en el Capital afirma que una de las variables que permite explicar la imponente expansión del capitalismo es el voraz e inacabable deseo de ganancia de los capitalistas. Para ellos el tiempo, o más bien el control del tiempo de la jornada laboral, es algo que somete exclusivamente a los obreros que venden su fuerza de trabajo, es un mecanismo de control para la explotación de la plusvalía que el obrero produce. El capitalista, el Jefe, no mide por tiempo la jornada porque es capaz de pasarse el día en la fábrica, en reuniones, de viaje de negocios o donde y haciendo lo que sea con tal de no dar descanso a su hambre de más dinero.
Las plataformas digitales relanzan esta apuesta de “sé tu propio Jefe” vinculado exclusivamente al factor tiempo, es decir, uno dispone del tiempo que quiere dedicarle a su trabajo, al igual que los Jefes. Pero sólo enfocándose en ese factor es que la hipótesis de “sé tu propio Jefe” tiene sentido. Porque la ganancia no es la del Jefe, el valor dinerario que tiene una hora de un trabajador de plataforma no es remunerada del mismo modo que la de ningún Jefe, ya no digo un directivo, sino meramente un jefe de sector de cualquier empresa. Estos aforismos vienen a encubrir un proceso de recrudecimientos de las desigualdades fenomenal. El capitalismo globalizado nos ha puesto a competir unos contra otros al punto de que estamos regresando a modalidades de contratación que se creían sepultadas.
Esas aplicaciones, al no dejar margen para mucha ganancia, obliga a que los empleados deban sostener largas horas de trabajo en condiciones precarias, con materiales de trabajo provistos por ellos mismos y con altísima competencia entre sí producto del sistema de premios, recompensas y castigos que la propia empresa utiliza para explotar al máximo el potencial de los trabajadores.
Estamos en presencia de un modelo al que se lo puedo resumir de este modo: a un sujeto se le otorga el derecho de habitar un espacio (en este caso virtual) que le permite obtener un sustento de vida, a cambio el sujeto debe pagar un tributo al propietario de ese espacio. Dicho tributo es monetario y es fruto de su trabajo, en donde él, además de poner su cuerpo, pone las herramientas para trabajar.
Hubo un modo de producción similar en la historia y se lo conoció como Feudalismo. Creo que estamos atravesando un proceso en dónde nuevamente se nos revela que el desarrollo tecnológico no está vinculado al progreso de la humanidad ya que nuestra forma de relacionarnos socialmente pareciera no haber evolucionado a la par.
En este contexto muchos gremios están perdidos, sobre todo los que se ven afectados por este tipo de plataformas. ¿Qué estrategias sigue un sindicato de peones de taxi o de mensajeros en estas situaciones? ¿Arreglan con las empresas de plataforma o resisten con sus mecanismos clásicos hasta desaparecer? No está fácil el panorama. Por lo pronto es importante que emerjan resistencias como la que se está viendo de parte de los empleados de dichas aplicaciones que con todas las dificultades tratan de organizar nuevas resistencias articulándolas con las organizaciones sindicales más establecidas . El proceso de lucha recién comienza pero vale la pena continuarlo, desandarlo. El otro día me crucé a un amigo, le pregunté cómo andaba y con lucidez me respondió: “acá andamos, trabajando el doble para que me paguen la mitad”. El neoliberalismo ha depreciado fuertemente nuestro tiempo de vida, luchar para que valga más a los ojos de los empleadores es una tarea tanto colectiva como de amor propio.