- Por José Odisio
El Clásico se acerca. La calma empieza a perderse. Las horas pasan al galope, como si fuera una cuenta regresiva siniestra. El corazón se acelera, se paraliza, otra vez se acelera. Dormir ya no es tan sencillo. Sufrir no parece lógico, ni siquiera empezó el partido. Pero ya se sufre.
«Hay que ganar». La frase abre cualquier conversación entre hinchas leprosos. Como si nadie supiera que en un Clásico la victoria tiene un valor extra. «Ganar o morir», aparece en una pintada. Y ahí nos damos cuenta que los violentos también juegan, aunque se busque excluirlos. No aprendimos. Jugar en Arsenal a puerta cerrada debió ser un punto de inflexión, y también de reflexión. No lo fue.
Bidoglio prepara el partido, pero aún no define. Justamente la definición es el gran problema. Los nueves no respondieron y eso lo obliga a probar otras alternativas, y no sería raro ver a Insaurralde de falso nueve o a Alexis.
Las manos traspiran, y no es culpa del verano. El corazón late con fuerza, y aún falta para el Día de los Enamorados. La tensión se mezcla con la emoción. El partido se sueña, se crea una y otra vez en la imaginación. Y ahí Newell’s siempre gana. Y entonces el domingo ya no se ve tan lejano. Aunque muchos prefieran detener el reloj.