Por Claudio Avruj (*)
La maquinaria genocida del nazismo arrasó con seis millones de judíos y otros tantos de diversas minorías consideradas indeseables. De las oscuras entrañas de ese horror, surgió la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, la que evocamos hace poco más de un mes, el último 10 de diciembre, al cumplirse 70 años de dicho hito global.
El nazismo, tal como le define Primo Levy, construyó la figura del «otro», del distinto, hasta llegar a despojarlo de sus características como ser humano. A partir de allí todo fue posible: la marginación, el confinamiento, la negación de los derechos más elementales, la destrucción de la familia y por último, el asesinato sistemático, el exterminio.
Finalmente, la tragedia del Holocausto acabo con niños, mujeres, hombres y ancianos por el sólo hecho de ser judío, como así también con homosexuales, gitanos, testigos de Jehová, enfermos mentales u opositores políticos.
Argentina es el único país latinoamericano que forma parte de la Alianza Internacional para el Holocausto. Lo hace desde 1999, cuando tuvo lugar la conferencia de Estocolmo que la constituyó. Este compromiso ratifica también nuestro liderazgo mundial en el campo de las políticas de derechos humanos.
Hoy que recordamos el día de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, aquel 27 de enero de 1945, Naciones Unidas nos convoca a conmemorar el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto, como mandato para rememorar y homenajear, pero fundamentalmente para reafirmar el compromiso activo con la vida, la paz y la libertad.
Por eso, honraremos la resolución de las Naciones Unidas, a través de una actividad en el Palacio San Martín, en la cual recordaremos y rendiremos tributo a los sobrevivientes que rehicieron su vida en nuestro país. Será un ejercicio de salud democrática, imprescindible en nuestro mundo de hoy, porque lejos de desaparecer siguen presentes en muchas de nuestras sociedades el odio al otro, al diferente, provocando la discriminación, la xenofobia, la violencia y el conflicto.
Será un ejercicio de salud democrática, donde reafirmaremos como Estado nuestro compromiso con los derechos humanos, el derecho a la vida, a la libertad, de pensamiento, de conciencia, de expresión, a la igualdad, a la justicia y a una vida digna. Es el compromiso con los derechos civiles y políticos contra la barbarie. Es el triunfo del diálogo constructivo entre las culturas y religiones.
Será sin dudas un acto para reafirmar el camino que la Argentina de nuestro tiempo ha elegido, que es el del encuentro, el respeto y la inclusión. En definitiva, el camino de la paz y el entendimiento. El único posible para alcanzar el mejor logro que puede obtener una sociedad: la convivencia.
(*) Claudio Avruj, secretario de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Nación