Por Mariángeles Castro Sánchez (*)
Llegan las vacaciones. Nos preparamos para gozar a fondo esos días de exclusividad en familia con las personas que integran nuestro círculo de mayor intimidad. Si bien conviene ser realistas a la hora de definir rutinas y dinámicas durante este período, nadie escapa a la ilusión de poder dedicar tiempo a los suyos, a los más próximos.
Precisamente de eso se trata salir de vacaciones: romper con la rutina que estructura nuestro transcurrir vital y redescubrir el encanto de estar con el otro. Dar y recibir tiempo. Quizás el mejor regalo que podamos hacer a alguien, pues es un elemento que no tiene reposición. Un bien escaso y limitado, un intangible altamente preciado en la actualidad. En todos los casos, quien da su tiempo con generosidad comparte algo de su propia finitud.
Lo cierto es que, dispuestos a disfrutar en sincronía, llenamos las valijas de planes, palabras y escenarios soñados. Y nos vamos; encarando una partida no exenta de tensiones y con demasiadas expectativas condensadas en tan pocos días. Porque, a pesar de las buenas intenciones, el estado de monopolio es difícilmente aplicable y la situación de desconexión total resulta ilusoria.
Es claro que las pantallas nos acompañan dondequiera que vamos. Playa o montaña, seguimos destinando tiempo a estar con otros, físicamente lejanos, que se suman con fuerza a nuestra cotidianeidad. Nos vemos así interceptados por mensajes y aturdidos por variados productos en circulación, y nos descubrimos en la maraña de gifts, videos, memes y collages fotográficos, rescatando retazos de diálogo e intentando contextualizarlos para que cobren sentido. Foros laborales, de pares, de padres, temáticos, de familia extensa, pugnan por el primer lugar en la lista de WhatsApp. Con todo, fragmentan nuestra atención, exaltando la personalización de la experiencia y alejándonos del reconocimiento empático que se concreta cuando compartimos un espacio de presencia integral: física, mental y emocional.
Son las vacaciones un momento oportuno para reinventar el placer de hacer una cosa a la vez. De dedicar nuestra escucha a las personas que se encuentran a nuestro lado, con el pensamiento puesto en el aquí y ahora. De profundizar la relación con los seres cercanos y enfocarnos en los vínculos interpersonales que podemos fortalecer en estos días. Un lujo que hoy por hoy nos permitimos con escasa frecuencia.
Unas vacaciones en familia y en tiempo real. Concentrados en la vivencia de estar con otros, aun a riesgo de perder el control sobre los intercambios; y gestionar nuestras interacciones de manera equilibrada, sabiendo jerarquizar y distinguir lo importante de lo urgente. Vale tomarnos un simple respiro, una pausa sanadora para regresar íntegros a ese entorno en el que somos aceptados sin reservas y amados por ser quienes somos. Y vale disfrutar de ese encuentro sin interferencias.
Aunque el wifi nos siga hasta la arena con su parafernalia de datos y contactos, intentemos practicar el diálogo cara a cara y rescatar sus bondades. Nos sorprenderemos percibiendo lo que ese otro está sintiendo e interpretando su modo de ser y estar en el mundo. Mostrándonos sin filtros ni máscaras. Reconociéndonos vulnerables y dependientes, pues todos lo somos en alguna medida.
¿Podremos avanzar en vacaciones hacia una integración armónica de las dimensiones on y offline de nuestras vidas? Es un buen ejercicio para estos días de descanso -cada vez más breves-, en los que procuramos volver a sentirnos plenamente familia. Y volver a ser los que éramos, incluso antes del wifi.
(*) Directora de la Licenciatura en Orientación Familiar del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.