Por José Odisio
Newell’s perdió. Pero Juan Manuel Llop no quiere irse. Esa es la forma más simple de describir el momento de la Lepra. Los resultados no aparecen, el equipo juega mal (por más que Llop lo pondera) y el técnico se atrinchera en el banco casi caprichosamente. Y la dirigencia debe tomar una decisión que se dilata sin sentido.
Llop resiste. Se aferra a la idea que el equipo juega bien y merece mucho más. Es cierto que Newell’s muchas veces pierde por poco, que tiene más la pelota que el rival, y que no siempre debería irse sin nada. Pero pierde, esa es la realidad irrefutable. Y la sensación es que Llop puede ganarle a Temperley, pero poco va a cambiar.
¿Qué debe hacer la dirigencia? Definir su sucesor y pedirle a Llop que dé un paso al costado. Tal vez ese es el problema. No coincidir en el elegido para sucederlo. No es fácil. La plata condiciona, el plantel no seduce y conseguir un candidato fiable es todo un desafío, porque fallar puede poner a Newell’s en un lugar delicado.
Le suerte de Llop está echada. Y que el Chocho no lo asuma es un problema. Porque ningún capricho va a sacarle su condición de ídolo como futbolista. Pero puede hundir a su Newell’s. Y eso sería imperdonable.