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«Educar en el asombro y Educar en la realidad»


La periodista Susana Quadrado, entrevistó para el diario "La Vanguardia" a la investigadora canadiense Catherine L’Ecuyer .

La periodista Susana Quadrado, entrevistó para el diario «La Vanguardia» a la investigadora canadiense Catherine L’Ecuyer que en el interesante artículo dice lo siguiente:

«El éxito de sus libros Educar en el asombro y Educar en la realidad (Plataforma)–24 ediciones, uno; 8 el otro– ha situado en apenas seis años a la canadiense Catherine L’Ecuyer entre las divulgadoras sobre asuntos de educación más solicitadas de España. Abogada de carrera y madre de cuatro hijos, lleva vendidas más de 80.000 copias de estos libros, que intentan hacer sencillo algo que hoy se ha vuelto una quimera: ser padres.

Una pareja lleva a su hijo de 8 años de excursión a la costa para que vea su primera puesta de sol. Al llegar, el niño les dice: “¿Nos hemos dado esta paliza para ver un fondo de pantalla?”.

Por desgracia, muchos niños han perdido el asombro ante la belleza, o ante lo que se ve por primera vez, o como si fuera por última vez. El asombro no da nada por supuesto, se ve todo como un regalo. El agradecimiento es su fruto.

El asombro de los niños se educa, según usted. ¿Cómo?

No se inculca, se respeta. El niño nace con un deseo irresistible de conocer. Gatea hacia el enchufe, toca el radiador, tira del mantel… Rodeemos al niño de un entorno que se ajuste a sus ritmos internos: silencio, misterio, belleza, naturaleza.

Y las pantallas anulan esa capacidad de asombro…

Ese deseo de aprender es frágil y puede perderse con el tiempo si lo sustituimos por estímulos excesivamente rápidos que embotan los sentidos de los niños y adormecen su interés por aprender.

O sea, que los vuelven apáticos.

Ante la pantalla, el niño pequeño se vuelve pasivo porque los estímulos superan su ritmo interno y lo hacen todo por él; incluso las supuestamente interactivas llevan las riendas. Los niños ­están enganchados a la velocidad, así que la industria aumenta el ritmo de las animaciones, lo que alimenta el círculo vicioso de la dependencia al frenetismo. Luego el niño vuelve al mundo ordinario, que es lento, y todo le aburre.