Por Jorge Elías (*)
Fez (Marruecos). Los supuestos derrapan cuando aparecen cadáveres. En este caso, los de las turistas Louisa Vesterager Jespersen, danesa de 24 años, y Maren Ueland, noruega de 28. Las degollaron en el monte Tubqual, a 70 kilómetros de Marrakech. Los detenidos pertenecen al Daesh, ISIS o Estado Islámico, en caída libre luego de las derrotas en Siria y en Irak. Las apariencias engañan y, a pesar de la rápida respuesta de las autoridades marroquíes, ponen de nuevo al reino frente al peor espejo. El espejo de la radicalización religiosa, trampolín para el éxodo de cientos hacia filas terroristas en el exterior.
Marruecos no es un mundo aparte. La modernidad puede chocar con las tradiciones a los ojos de un extranjero no avisado, como ocurre en cualquier país árabe o gueto europeo, pero eso no se refleja en la vida cotidiana. El problema reside en aquellos que desde 2011, inspirados en la expansión de Al-Qaeda, hidra de la cual decantó el Daesh, comenzaron a emigrar desde Tánger, Tetuán, Martil y otras ciudades hacia los sitios más calientes de la región en busca de abrazar una causa. Su causa. La de imponer el islam por la fuerza en poblaciones musulmanas y, con más brutalidad aún, en las cristianas.
El crimen de las turistas escandinavas vino a ser una suerte de recordatorio del mote que menos agrada al reino de Mohamed VI. El de vivero de terroristas. Un mote poco auspicioso para un país cuyo 10 por ciento de los ingresos depende del turismo. En las calles patrullan las fuerzas de seguridad bajo el alero de la operación Hadar (Vigilancia). El trato, al arribo, no es una cordial bienvenida, sino una ráfaga de preguntas en árabe y en francés ante una sospecha. La de recibir a un periodista, «quemados como estamos de las mentiras de la prensa española», farfullan por lo bajo. La generalización exhibe la debilidad o el miedo a la impresión ajena, desprovista de prejuicios.
De Marruecos no partieron muchachos sin recursos para enrolarse en el Daesh, sino aquellos que, con ayuda o sin ella, pudieron comprarse un boleto de avión. La ligazón con Siria, sometida al régimen hereditario de Bashar al Assad y las penurias de la guerra iniciada durante la Primavera Árabe de 2011, se basa en la lengua, la religión y la cercanía por la literatura y la televisión. Las redes del Daesh aprovecharon ese flanco débil para captar voluntades y comprometerlas en la locura armada. De nadie pasaron a ser alguien en un universo complejo.
Tan complejo que después del atentado contra la discoteca Reina, de Estambul, el 1 de enero de 2017, la muerte de dos mujeres marroquíes, entre otras 37 personas, lejos estuvo de inspirar compasión en las redes sociales. Despertó indignación por su presencia en ese sitio de caos y perdición con las caras descubiertas. Una afrenta contra los cultores de la rigidez del islam. España, el punto más cercano de Marruecos, está en guardia desde los atentados de la estación Atocha, de Madrid, en 2004, pero no pudo prevenir el avance de la camioneta que arrolló a cientos y mató a 13 en La Rambla de Barcelona en 2017.
Tanto en Barcelona y Cambrils como en París en 2015 y en Bruselas en 2016 estuvieron involucrados terroristas marroquíes. En el ínterin, varias células de otros orígenes han sido desbaratas y otras tantas cometieron atentados en Europa. Marruecos pasó a ser crucial por su ubicación geográfica, cual puente hacia la huella que dejaron los musulmanes entre los siglos VIII y XV en Al-Ándalus (España, Portugal, Francia, Andorra y Gibraltar). La huella del califato.
La tensión se acrecienta en Marruecos por la situación en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, pasos virtuales para los migrantes de África, y por la disputa por la región occidental del Sahara. En medio de esa tensión, el asesinato de las dos muchachas nórdicas, ilustrado con imágenes espeluznantes difundidas por WhatsApp, convocó a los fantasmas de 2011, cuando hubo 17 muertos en un bar de Marrakech. Otros crímenes fueron atribuidos a enajenados mentales. Categoría en la cual también caben los jihadistas de cualquier grupo o factor.
(*) Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin, y es columnista en la Televisión Pública Argentina.
Los detenidos pertenecen al Daesh, ISIS o Estado Islámico, en caída libre luego de las derrotas en Siria y en Irak. Las apariencias engañan y, a pesar de la rápida respuesta de las autoridades marroquíes, ponen de nuevo al reino frente al peor espejo. El espejo de la radicalización religiosa, trampolín para el éxodo de cientos hacia filas terroristas en el exterior.
Marruecos no es un mundo aparte. La modernidad puede chocar con las tradiciones a los ojos de un extranjero no avisado, como ocurre en cualquier país árabe o gueto europeo, pero eso no se refleja en la vida cotidiana. El problema reside en aquellos que desde 2011, inspirados en la expansión de Al-Qaeda, hidra de la cual decantó el Daesh, comenzaron a emigrar desde Tánger, Tetuán, Martil y otras ciudades hacia los sitios más calientes de la región en busca de abrazar una causa. Su causa. La de imponer el islam por la fuerza en poblaciones musulmanas y, con más brutalidad aún, en las cristianas.
El crimen de las turistas escandinavas vino a ser una suerte de recordatorio del mote que menos agrada al reino de Mohamed VI. El de vivero de terroristas. Un mote poco auspicioso para un país cuyo 10 por ciento de los ingresos depende del turismo. En las calles patrullan las fuerzas de seguridad bajo el alero de la operación Hadar (Vigilancia). El trato, al arribo, no es una cordial bienvenida, sino una ráfaga de preguntas en árabe y en francés ante una sospecha. La de recibir a un periodista, «quemados como estamos de las mentiras de la prensa española», farfullan por lo bajo. La generalización exhibe la debilidad o el miedo a la impresión ajena, desprovista de prejuicios.
De Marruecos no partieron muchachos sin recursos para enrolarse en el Daesh, sino aquellos que, con ayuda o sin ella, pudieron comprarse un boleto de avión. La ligazón con Siria, sometida al régimen hereditario de Bashar al Assad y las penurias de la guerra iniciada durante la Primavera Árabe de 2011, se basa en la lengua, la religión y la cercanía por la literatura y la televisión. Las redes del Daesh aprovecharon ese flanco débil para captar voluntades y comprometerlas en la locura armada. De nadie pasaron a ser alguien en un universo complejo.
Tan complejo que después del atentado contra la discoteca Reina, de Estambul, el 1 de enero de 2017, la muerte de dos mujeres marroquíes, entre otras 37 personas, lejos estuvo de inspirar compasión en las redes sociales. Despertó indignación por su presencia en ese sitio de caos y perdición con las caras descubiertas. Una afrenta contra los cultores de la rigidez del islam. España, el punto más cercano de Marruecos, está en guardia desde los atentados de la estación Atocha, de Madrid, en 2004, pero no pudo prevenir el avance de la camioneta que arrolló a cientos y mató a 13 en La Rambla de Barcelona en 2017.
Tanto en Barcelona y Cambrils como en París en 2015 y en Bruselas en 2016 estuvieron involucrados terroristas marroquíes. En el ínterin, varias células de otros orígenes han sido desbaratas y otras tantas cometieron atentados en Europa. Marruecos pasó a ser crucial por su ubicación geográfica, cual puente hacia la huella que dejaron los musulmanes entre los siglos VIII y XV en Al-Ándalus (España, Portugal, Francia, Andorra y Gibraltar). La huella del califato.
La tensión se acrecienta en Marruecos por la situación en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, pasos virtuales para los migrantes de África, y por la disputa por la región occidental del Sahara. En medio de esa tensión, el asesinato de las dos muchachas nórdicas, ilustrado con imágenes espeluznantes difundidas por WhatsApp, convocó a los fantasmas de 2011, cuando hubo 17 muertos en un bar de Marrakech. Otros crímenes fueron atribuidos a enajenados mentales. Categoría en la cual también caben los jihadistas de cualquier grupo o factor.
(*) Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin, y es columnista en la Televisión Pública Argentina.