Por Ariana Operti
Alcides Cornier nació en San Carlos Centro y, viviendo en San Justo, conoció cuál era su verdadera vocación con tan solo 12 años: ser relojero. Hoy, con 83, relató a CLG cómo fue descubriendo su amor por reparar estas máquinas y de qué manera se convirtió en el encargado de hacer que los de la ciudad, vuelvan a funcionar.
Observando en silencio a quienes serían luego sus colegas, aprendiendo “toqueteando y preguntando”, comenzó a reparar relojes. Tenía sus herramientas y, con apenas una docena de años, solamente le quedaba un duda: cómo pedir un repuesto.
La timidez pudo más y Alcides recurrió a su papá para quitarse la duda: “Le pedí que vaya a una relojería, porque no me animaba a preguntar. Yo iba a ver cómo trabajaban los relojeros y en un momento me terminaban corriendo porque molestaba. Entonces me explicaron dónde tenía que fijarme para conocer el repuesto a pedir y le pidieron que no diga nada”.
De esa forma, todavía siendo un niño, montó un “taller en el dormitorio” de su casa y comenzó a realizar los pedidos que necesitaba. “Hacía todas las operaciones, te mandaban las cosas desde Buenos Aires o Rosario”, remarcó.
En sus comienzos, tenía miedo de hacer algo mal, pero con el tiempo y la experiencia que fue ganando, la confianza hacia su trabajo y el amor por lo que estaba realizando lo ayudaron.
En 1996, ya viviendo en la ciudad, vio una situación que no pudo pasar por alto. “Los relojes públicos estaban parados hacía 15 años, otros más. Se ve que a los intendentes de esa época no les llamaba la atención de que estén funcionando”, opinó.
Un “buen día” se le ocurrió que podía intentar, al menos, arreglarlos. Comenzó con el que se encuentra en la capilla del geriátrico de Ayolas y Necochea, que “estuvo parado 50 años, y un hombre intentó varias veces recomponerlo, pero nunca anduvo”.
Alcides recordó que “la máquina era un desastre y habían invadido las palomas”, y que cuando comenzó a trabajar lo hizo “con vía libre” porque eso había solicitado. “Lo desarmé, saqué los cuadrantes, volví a hacer los números con relieve, pinté… tardé como seis meses, iba casi todos los días”, contó.
“Llegó el momento de ponerlo en marcha y cuando cerré la puerta de la torre se lo encomendé al Señor porque no era algo seguro que funcionara. Al día siguiente pasé y estaba en hora, marchando perfectamente así que… ¡una alegría!”, manifestó.
Ese mismo sentimiento, dijo, tenían quienes estaban en el geriátrico: “Me veían y aplaudían porque con el sonido de la campana, cuando se despertaban a la noche podían saber qué hora era”.
Igualmente, el ‘sabor amargo’ de la historia es que “pasaron tantos años” y Cornier nunca logró “que una persona de mantenimiento del geriátrico” vaya a darle cuerda: “El reloj está parado porque nadie lo hace. Marchaba cuando yo pasaba y le daba cuerda, pero desde que lo arreglé pasó mucho tiempo, y yo tampoco puedo subir allá a hacerlo. Necesita un service”.
Luego de recuperar también el reloj ubicado en 27 de Febrero y Boulevard Oroño, tuvo que “caer forzosamente a la Municipalidad” porque quería trabajar en otros y necesitaba permisos para hacerlo.
Al “dar un paso más”, pidió una audiencia con el entonces intendente Hermes Binner. “Me atendió de maravillas. Le expliqué que había arreglado dos y se interesó. Mandó a un arquitecto a hacer un relevamiento de todos los relojes de la ciudad y se hizo un convenio y un decreto para que pudiera trabajar. Cuando había que comprar algo, se encargaban ellos”, relató.
“Llegó un momento que estaban los 11 relojes históricos y públicos funcionando. En promedio, tendrán 80 años y estuvieron mucho tiempo sin estar en marcha, por falta de mantenimiento. Se logró ponerlos en marcha a todos”, expresó orgulloso.
Hace poco tiempo, a diez de esos aparatos se les cambió el mecanismo. Antes, si se cortaba la luz, había que darles cuerda cuando regresaba. Ahora, con una nueva tecnología, eso no es necesario.
“Se cambió todo y ahora es electrónico. Funciona con un GPS, se pone en hora sólo cuando se para por falta de energía. Un hombre de Jesús María los fabrica y nosotros solamente los controlamos”, explicó sobre los ‘nuevos’ relojes rosarinos.
En la ciudad, entre privados y municipales, hay un total de 50 relojes. “Hay muchos que, al ser de particulares, no los mantienen. Los de las iglesias, pocos están en marcha. Son mecanismos viejos y complicados. El problema es que nadie se toma el trabajo de darles cuerda, entonces dejan de funcionar”, volvió a lamentarse.
Por último, el hombre que se encargó de recuperar los relojes de la ciudad porque le daban una sensación de “abandono y dejadez”, enumeró cuáles son las características que debe tener alguien para realizar dicho oficio: “Paciencia, pulso, buena vista y serenidad. Algunos necesitan silencio total”.