Mucho antes de la sequía en Ciudad del Cabo que podría privar a la urbe sudafricana de agua corriente a partir de mayo, e incluso anteriormente a la entrada en escena del cambio climático, el mundo ya vivía una crisis de este recurso vital.
Las señales de que las reservas de agua dulce peligraban eran evidentes: grandes ríos bloqueados por represas explotados hasta la última gota, capas freáticas milenarias vacías, aguas afectadas por diversos tipos de contaminación…
Sin embargo, la segunda ciudad sudafricana no sufría estos problemas. En 2014, la media docena de depósitos que suministran agua para sus cuatro millones de habitantes estaban llenos.
Pero después de tres años de una sequía histórica, las reservas están a su nivel más bajo y el gobierno sudafricano debió este martes declarar el estado de «desastre nacional».
Los expertos climáticos lo habían previsto, pero no tan temprano. «El cambio climático debería habernos golpeado en 2025 (…) Los servicios meteorológicos de Sudáfrica me comentaron que sus modelos ya no funcionan», comentó la responsable de la provincia del Cabo occidental, Helen Zille.
De prestado
A escala global, la crisis del agua se perfilaba desde hacía décadas. El Foro Económico Mundial incluye cada año este fenómeno entre las amenazas mundiales potencialmente más graves, por delante de las catástrofes naturales, las migraciones masivas y los ciberataques.
En la llanura del Indo y del Ganges, donde viven unos 600 millones de personas en India, Pakistán y Bangladés, «el agua subterránea es extraída a un ritmo inaguantable y muy preocupante», constata Graham Cogley, de la universidad canadiense de Trent. Y más de la mitad del agua, contaminada por la sal y el arsénico, es inutilizable para el consumo y la irrigación, según un estudio reciente.
Las capas subterráneas proveen agua potable a al menos la mitad de la humanidad, así como el 40% del agua utilizada para la agricultura.
Pero los acuíferos no se llenan tan fácilmente como un depósito tras una tormenta: a escala del tiempo humano, no son un recurso renovable.
La mayoría de regiones del mundo ya sobrepasaron lo que el climatólogo Peter Gleick llama «el techo del agua».
«La gente vive en lugares donde utilizan todo el agua renovable, o lo que es peor, viven de prestado bombeando excesivamente las aguas subterráneas no renovables», explica a la AFP.
Una sobreexplotación que genera a la vez infiltraciones de agua salada y hundimientos de terreno, hundiendo cada año un poco más a decenas de metrópolis como México, Yakarta y Tokio.
«500 millones de personas en el mundo hacen frente a penurias todo el año», de las cuales más de un tercio en India, indica por su parte Arjen Hoekstra, de la universidad de Twente en Holanda.
Solo el inicio
Y «el cambio climático viene a sumarse a todo ello», advierte.
El planeta ya se calentó 1ºC desde la era preindustrial, y podría todavía sumar uno o dos grados. Según los expertos de clima de la ONU (IPCC), con cada grado adicional, alrededor de 7% de la población mundial pierde al menos 20% de sus recursos de agua renovable.
De aquí a 2030, el mundo se enfrentará a un déficit de agua de 40% si no se actúa para limitar el cambio climático. Al mismo tiempo, la demanda mundial aumentará un 55%, bajo la presión de las metrópolis de los países en desarrollo.
«Con el agravamiento del cambio climático, los impactos sobre los recursos de agua también empeorarán», previene Gleick.
La perspectiva de contar con unas canalizaciones vacías preocupa ya a algunas zonas urbanas, como en California, que sale de un lustro de sequía, o Sao Paulo, que a punto estuvo de sufrir un «Día Cero», sin agua corriente, en 2014-2015.
Grandes regiones de África serán particularmente vulnerables a medida que se agrave el cambio climático.
Así, en Ciudad del Cabo, el espectro del «Día Cero» es solo un inicio. «El riesgo de años secos aumenta a medida que nos acercamos al final del siglo», comenta Piotr Wolski, hidroclimátologo de la Universidad del Cabo.