Botellas, vidrios rotos, jugadores heridos y un operativo policial inexistente e ineficaz. El combo trajo un resultado obvio, aplazado sin sentido por la Conmebol: la suspensión de acaso el partido más importante de la historia del fútbol argentino. La organización decidió que el River-Boca correspondiente a la final de la Copa Libertadores no se disputara este sábado por los graves incidentes que ocurrieron en inmediaciones del Monumental, sobre el micro que trasladaba al plantel xeneize. El clásico pasó para el domingo a las 17.
En la previa hubo graves disturbios que ocurrieron en inmediaciones del Monumental, sobre el micro que trasladaba al plantel xeneize. Había jugadores comprometidos mental y físicamente por los mismos. Uno de ellos era Pablo Pérez, capitán de Boca. La Conmebol, sin embargo, aplazó dos veces el partido (una vez para las 18 y otra para las 19.15). En la segunda, hasta los árbitros ya estaban realizando la entrada en calor. Sobre la hora, se confirmó la suspensión.
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«Se juega». La frase de Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, fue contundente y se escuchó cerca de las 5, cuando se debía jugar el partido en primera instancia. La decisión era sorpresiva ya que varios jugadores de Boca presentaban lesiones y cortes debido a los incidentes previos. Pérez tuvo que retirarse del vestuario y fue trasladado por una ambulancia a una clínica privada.
Las horas pasaban y desde la organización nadie comunicaba nada. Lo último que se supo fue que, cerca de las 18, la Conmebol anunciaba que el cotejo iba a jugarse a las 19.15. En el medio, reuniones y más reuniones entre los presidentes de los clubes, de la Conmebol, de funcionarios de la Ciudad de Buenos Aires y hasta el mandamás de la Fifa, Gianni Infantino, participó de las mismas.
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Darío Richarte, vicepresidente de Boca, manifestó vehementemente que la posición del club xeneize es la de no jugar el partido. Carlos Tévez y Fernando Gago también salieron a hablar y fueron contundentes: «Nos están obligando a querer jugar. No están dadas las condiciones».
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Marcelo Gallardo DT de River, manifestó que apoyaba la moción de Boca de no jugar el encuentro. Nada cambiaba por entonces la determinación de la Conmebol, que parecía tomar el camino de la no suspensión. Afuera, mientras se acercaba la hora del partido, miles de hinchas del Millonario quisieron ingresar sin entradas y se armó una verdadera batalla contra la policía, que actuó con balazos de goma. Ante esta realidad, y justo a las 19.15, Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, confirmó la suspensión: «Fue un pacto de caballeros entre los clubes. Todo estaba desnaturalizado», dijo.
Un cóctel fatal: hinchas salvajes rompieron una fiesta del fútbol. Con piedras, botellas y hasta ladrillos, apedrearon a mansalva al colectivo de un plantel que iba a disputar un partido. Importante, por cierto, pero nada extraordinario: un encuentro en el que dos equipos juegan entre sí durante 90 minutos. Un operativo policial bochornoso e ineficaz fue el inicio del fin. Para colmo, sobre el horizonte está el G20. Y esta es la imagen que exhibe el país ante los líderes del mundo.