Desde el tango e integrando además al jazz y a la clásica, el compositor y bandoneonista creó una síntesis inspirada y audaz que borró las fronteras entre esos estilos
Por Sergio Arboleya / Télam
Cuando todavía resuenan los ecos de la celebración planetaria por el centenario de su nacimiento, este lunes se cumplen 30 años de la muerte de Astor Piazzolla, una de las figuras más importantes de la música argentina a la que dio una notable proyección internacional.
Desde el tango, género al que rebautizó como música de Buenos Aires, e integrando además al jazz y a la clásica –los tres territorios de los que se nutrió- el compositor y bandoneonista creó una síntesis inspirada y audaz que borró las fronteras entre esos estilos y contra el aluvión de críticas que levantó la apuesta, expandió como nadie los alcances de los sonidos de esta parte del mundo.
La muerte de Piazzolla se produjo tras casi dos años de larga agonía a partir de una trombosis cerebral que se le produjo el 5 de agosto de 1990 en un hotel de París, ciudad en la que residía.
Nueve días después, en estado de coma y con lesiones cerebrales irreversibles, fue trasladado a Argentina y si bien salió del coma 15 días más tarde, su estado obligó a internarlo varias veces más hasta su fallecimiento.
En la prolífica e intensa vida del artista el haber estado unos 23 meses sin poder crear fue una excepción dolorosa ya que el nacido el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata, generó una obra con alrededor de un millar de composiciones originales.
En esa producción que incluye músicas para unas 40 películas, no pueden pasarse por alto los arreglos ideados, por ejemplo, para la orquesta de Aníbal Troilo –que integró entre 1939 y 1944- y otros de autores diversos que desplegó en sus diversos conjuntos.
A lo largo de su vida, Piazzolla tuvo su primera orquesta con la que acompañó al popular cantor Francisco Fiorentino y aunque la experiencia no fue muy extensa, dejó excelsas visitas a “Nos encontramos al pasar”, “Viejo ciego” y “Volvió una noche” y sus dos primeros instrumentales: “La chiflada” y “Color de rosa”.
Con otras voces (entre ellas las de Aldo Campoamor) y un pulso cada vez más propio, registró versiones de “Taconeando”, “Inspiración”, “Tierra querida”, “La rayuela” y “El recodo” y más obra propia, entre ellas, “Para lucirse”, “Prepárense”, “Contratiempo”, “Triunfal”, “Contratiempo” y “Lo que vendrá”.
Becado por el Conservatorio de París trabó relación con la musicóloga Nadia Boulanger quien lo reconcilió con el tango y en la capital francesa y con las cuerdas de la Orquesta de la Opera de París, registró más creaciones de su cuño: “Nonino”, “Marrón y azul”, “Chau París”, “Bandó” y “Picasso”, entre más.
De regreso al país, encabezó una orquesta de bandoneón y cuerdas con la que siguió floreciendo su estilo a partir de “Tres minutos con la realidad”, “Tango del ángel” y “Melancólico Buenos Aires”, pero, además, dio nacimiento al innovador Octeto Buenos Aires (dos bandoneones, dos violines, contrabajo, cello, piano y guitarra eléctrica) que se dedicó sobre todo a la reinterpretación “El Marne”, “Los mareados”, “Mi refugio” y “Arrabal”, por citar apenas algunos tangos tradicionales.
Tras otra radicación en el exterior, en este caso un par de años en Nueva York, en 1960 alumbró el Quinteto Nuevo Tango (bandoneón, piano, violín, guitarra eléctrica y contrabajo), una formación decisiva en su expresión y con la que estrenó obra propia de gran impacto como “Adiós Nonino”, “Decarísimo”, “Calambre”, “Los poseídos”, “Introducción al ángel”, “Muerte del ángel”, “Revirado”, “Buenos Aires Hora cero” y “Fracanapa”.
Entre un fugaz Nuevo Octeto y la fructífera formación de quinteto, registró composiciones propias sobre poemas y textos de Jorge Luis Borges con el cantor Edmundo Rivero y el actor Luis Medina Castro y por entonces lanzó “Verano porteño”, primero de la celebrada saga de las Cuatro estaciones.
Hacia finales de esa década se asomó más decididamente al tango canción asociado al poeta Horacio Ferrer para dar nacimiento a la operita “María de Buenos Aires” y populares piezas como “Balada para un loco” y “Chiquilín de Bachín”, entonces registradas por su pareja de ese tiempo, Amelita Baltar, y Roberto Goyeneche.
Hacia 1972 y al frente de Conjunto 9 da forma a su primera pieza sinfónica, el “Concierto de Nácar, para nueve tanguistas y orquesta filarmónica” y publica discos de explícito nuevo tango cuyas expresiones salientes son “Tristezas de un Doble A”, “Vardarito” y “Onda nueve”.
Aquejado de un infarto se instala en Italia donde forjó el Conjunto Electrónico (un octeto integrado por bandoneón, piano eléctrico o acústico, órgano, guitarra, bajo eléctrico, batería, sintetizador y violín, el cual posteriormente fue reemplazado por una flauta traversa o saxo) y desde allí lanza “Balada para mi muerte”, con la cantante Milva, “Libertango” y la magnífica “Suite troileana”, creada a partir de conocer el fallecimiento de Aníbal Troilo (19 de mayo de 1975).
Con diversos regresos a la formación de quinteto (aunque en sus últimas versiones un violoncello ocupaba el lugar del violín), Astor además encaró proyectos con George Moustaki, Gerry Mulligan y Gary Burton, entre otras celebridades mundiales.