Por Ariel Gómez
Intenso. Revolucionario. De rupturas. Así fue 1968, un año clave del siglo XX, período de tiempo que produjo los mayores cambios de la humanidad. El Mayo Francés. La Primavera de Praga. La masacre de Tlatelolco, son sólo algunas de las “expresiones” que se vivieron.
Y Gustavo Sierra, periodista con cuarenta años en los medios de comunicación y recordado por sus coberturas de las guerras de Irak y Afganistán, tomó el desafío de reconstruirlo. Ese trabajo se ve reflejado en el libro El 68. El año que marcó a fuego la Argentina y el mundo durante los siguientes cincuenta años, editado por Planeta.
“Al cumplirse los 50 años de esos eventos extraordinarios, me pareció un tiempo prudencial para verlos con una perspectiva histórica”, le cuenta a Con La Gente sobre cómo nació la idea de escribir sobre ese año tan particular.
En su obra no utiliza como límite temporal el año calendario, sino una línea de tiempo que comienza en octubre del 67 y finaliza en mayo del 69. “Como dijo el gran maestro Eric Hobsbawm, la historia hay que verla por períodos y no por el calendario. Las fechas tienen que ver con el 68 en Argentina y, probablemente, para buena parte del resto de América Latina. Y ese período comenzó aquí tres meses antes con el fusilamiento del Che Guevara y terminó seis meses después con el Cordobazo. El levantamiento de la ciudad de Córdoba fue nuestro Mayo Francés y en todos esos movimientos ya flameaban las banderas con la cara del Che, más allá de que todavía no se había convertido en el mito que es hoy”.
Corresponsal de guerra y enviado especial de Clarín, CNN, Univisión, Telemundo, NBC-Canal de Noticias y Telenoticias, Sierra cubrió las guerras de Afganistán e Irak, entró en el campo de prisioneros de Guantánamo, siguió los pasos de Osama ben Laden en la frontera afgano-paquistaní, fue acreditado en la Casa Blanca, relató la narcoguerra mexicana y observó el colapso de Wall Street.
—¿Por qué cree que tantos hechos importantes sucedieron en 1968? ¿Fue una decantación por los tiempos que se vivían?
—El 68 fue un año puente entre las décadas del 60 y del 70. Es el epicentro de todo lo que sucedió en esos 20 años y que tanto nos marcaron desde entonces. Fue una explosión de rebeldía juvenil contra el totalitarismo, tanto en la órbita soviética y el comunismo como contra el capitalismo rabioso y la “american way of life”. Los jóvenes de todo el mundo tenían una necesidad imperiosa de terminar con la rigidez de sociedades en las que las familias aún regían el destino de sus hijos. Todavía el hijo del abogado tenía que ser abogado, el del carnicero hacerse cargo de la carnicería. Los jóvenes del 68 ya no tenían las mismas necesidades de sus padres que habían vivido las penurias y el horror de la guerra. Ya no se contentaban con sobrevivir en una sociedad democrática. Tenían otras aspiraciones y no estaban dispuestos a esperar para conseguirlas. Al mismo tiempo, había un “mandato” de cambiar al mundo. Ya no podían seguir imperando los colonialismos, la discriminación racial o la explotación laboral. Por eso surgen el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos, contra la guerra de Vietnam y los levantamientos populares contra las dictaduras latinoamericanas. Los estudiantes estuvieron a la vanguardia de todas estas luchas en el mundo. Y todo esto trajo una producción extraordinaria en materia cultural, desde el rock hasta la conquista del espacio. Aunque hay que aclarar que no se trató de una revolución. Fueron levantamientos y rebeliones que, salvo en Checoslovaquia donde intentaron desprenderse del régimen comunista, no buscaban un cambio de régimen. Querían mayores libertades y reivindicaciones dentro del sistema. Fue, por sobre todo, una gran revolución cultural. Los adoquines que volaban en las calles llegaron a los livings y cocinas de las casas. Allí se produjo la gran confrontación entre padres conservadores e hijos progresistas. Todo esto nos sigue influenciando medio siglo más tarde.
—¿Hay algún hecho o personaje de esa época que se destaque sobre el resto?
—Creo que Daniel Cohn-Bendit, el líder del Mayo Francés, se convirtió en el ícono de la revuelta de los estudiantes en todo el mundo. Dany el Rojo trajo una forma nueva, totalmente diferente, de hacer política y contestar a la violencia. Y tuvo una evolución muy interesante en los siguientes 50 años que lo llevaron a crear y participar del Partido Verde y los movimientos ecologistas hasta convertirse en un eurodiputado de los verdes. Siempre estuvo a la vanguardia.
—¿Cree que hay vestigios de ese año en la actualidad?
—El Mayo del 68 no produjo ninguna revolución, más bien fue un enorme fracaso desde el punto de vista político. Al mismo tiempo el 68 produjo un cambio social y esas ideas, esas aspiraciones libertarias, ese liberalismo no dogmático -a pesar que se mezclaba con dogmas como el maoísmo y el trostkismo- juntó algo que parecía imposible como la política y el psicoanálisis, y la filosofía como práctica dentro de la política. Todo eso hizo que perdurara como idea y provocara esa revolución cultural. A 50 años de ese momento hubo una vuelta de los movimientos populistas que no llevaron a ninguna transformación. La izquierda se olvidó de muchos de los valores del 68 y también es un enorme fracaso. Hoy, la contracara del populismo son los movimientos conservadores. Pero todo eso es antiguo. Estamos a las puertas de cambios fundamentales y esas ideas no sirven para este nuevo mundo. El avance científico y tecnológico que estamos viviendo transformará nuestras vidas y creará una generación alejada de esas etiquetas de izquierda-derecha e ideologías obsoletas del siglo pasado. El 68 nos muestra que hemos involucionado en muchos aspectos y en lo único que veo una evolución enorme es en este salto científico y tecnológico. Si bien la situación ha mejorado por la inclusión de gente que estaba en la absoluta pobreza, mayoritariamente en Asia, en América Latina ha habido un retroceso, particularmente en nuestro país hoy la situación social es peor que hace 50 años.
—¿En este siglo XXI se podría vivir otro año como el 68, o sólo fue un reflejo de esos tiempos?
—Sí, por supuesto que puede haber levantamientos populares y luchas como la que están encarando las mujeres, por ejemplo, en este momento. Pero no serán iguales a esas del 68 porque ese período ya está en el pasado, en la historia. Hay que pensar en forma diferente, con los problemas que tenemos hoy frente nuestro, no podemos plantear las mismas soluciones para resolver problemas que hace cincuenta años que no podemos solucionar.
Gustavo Sierra es autor de Sinaloa-Medellín-Rosario (2014), El cartel de Bagram (2012), Kabul, Bagdad, Teherán (2006), Bajo las bombas (2003) y Los chicos del ISIS (2016), libros que remarcan su época como corresponsal de guerra, pero que ya la considera pasada.
“Todo tiene una etapa. La de corresponsal de guerra ocurrió hace 15 años y si bien estoy dispuesto a cubrir cualquier acontecimiento que sea relevante para los lectores, internautas, televidentes, se trata de una etapa superada. A los que me preguntan ‘cómo se hace para ser un corresponsal de guerra’, siempre les respondo lo mismo: los campos de batalla están alrededor nuestro, mucho más cerca de lo que imaginamos. No es necesario ir a una guerra para hacer periodismo profundo, de interés público y que le de herramientas a los que acceden a esa información para pensar y tomar decisiones. La corresponsalía de guerra es apenas una circunstancia de un momento. Lo importante es tener periodistas cada vez más preparados, cada vez más instruidos, que estén en capacitación permanente, que entiendan que ganar dos ‘clicks’ o ‘me gusta’ no tiene nada que ver con el periodismo”.